“Pues me han salido en la cara tus ojos
y a ti en el rostro mi boca,
y no sé cuando te miro si eres tú quien me mira
ni cuando tú me besas
si soy yo quien te ha besado”.
—Carilda Oliver Labra.
Por Addy Góngora Basterra.
"Me desordeno, amor, me desordeno”… fueron los versos con los que entré al festín de la palabra que es la poesía de Carilda Oliver Labra, poetisa cubana que al sol de hoy tiene noventa y un años, una corte de gatos y probablemente algún novio treinta o cuarenta años menor que ella.
Tengo un libro suyo que el Capitán Basterra me trajo de La Habana. Si me voy de viaje, va conmigo, como va siempre en mi memoria por fragmentos: “Hugo Ania Mercier: yo te quería”… … “Pero me acuerdo aquí de que anda lejos / el que vivió a la vuelta de mi espalda”… … “Juana Inés de la Cruz, / blanda y sutil como el estambre, / casta como la luz, dúctil como el alambre”… … me aprendo sus versos como una canción, de tanto leerlos, porque su voz poética tiene la cadencia del caribe, es música, frescura, sonoridad que se tatúa al recuerdo. Carilda juega con el lenguaje de manera tal que mezcla la cotidianeidad, el erotismo, el amor y el desamor de una forma que no solamente nos hace identificarnos con ella, sino que también la vuelve inolvidable: “Éramos dos que se besaban mucho / metidos en el cielo o la cocina”… … “Te extraño, / ¿sabes? / como a mí misma / o a los milagros que no pasan”.
Hace un par de años, una madrugada de julio —en ese mes nació Carilda— tropecé con un mueble y… oh dolor, oh dedo gordo, qué larga la noche fue sintiendo en la uña los latidos del corazón que pensé se me saldría por el pie. Al día siguiente fui a primera hora con el podólogo.
—¡Ay hija, pero qué te hicijte! —preguntó con acento trágico y cubano el Doctor Horta al verme.
Me acuerdo y siento escalofríos. Ahí estaba yo, cobarde, con el dedo anestesiado y usando una revista como cortina para no ver lo que me hacía, cuando no sé cómo salió a la conversación que durante años, y a domicilio, él fue podólogo de Carilda.
—Calzada de Tirry 81—dije a quemarropa.
—Hija, ¿pero tú cómo sabej eso?
… porque esa es la dirección de la casa de Carilda en Matanzas. Siempre me he dicho que un día tocaré su puerta para saludarla. Me tengo que apurar.
Desde entonces, cuando por algo voy a consulta —los pies son mi punto débil— le pregunto al Dr. Horta “¿qué me cuentas de Carilda?” y él me responde como si la hubiera visto el día anterior. Platicamos del color de sus ojos y su melena, de sus pretendientes mucho más jóvenes que ella, de su gato favorito y de quien fuera su esposo y también poeta, Hugo Ania Mercier.
Un año antes de accidentarme el dedo gordo, publiqué en el blog Letranías el poema “En vez de lágrima” que Carilda dedica a Hugo tras haberse suicidado en 1976. Al día siguiente de enterarme de la singular paciente de mi podólogo, me llevé una enorme sorpresa al recibir este comentario: “Ese era mi tío abuelo. Cumplía nueve años de edad cuando mi madre se acercó a mi hermano y a mí y nos dice que debemos irnos (…) no entendía lo que pasaba hasta que supe que el hermano de mi abuelo se había matado”.
… porque esa es la dirección de la casa de Carilda en Matanzas. Siempre me he dicho que un día tocaré su puerta para saludarla. Me tengo que apurar.
Desde entonces, cuando por algo voy a consulta —los pies son mi punto débil— le pregunto al Dr. Horta “¿qué me cuentas de Carilda?” y él me responde como si la hubiera visto el día anterior. Platicamos del color de sus ojos y su melena, de sus pretendientes mucho más jóvenes que ella, de su gato favorito y de quien fuera su esposo y también poeta, Hugo Ania Mercier.
Un año antes de accidentarme el dedo gordo, publiqué en el blog Letranías el poema “En vez de lágrima” que Carilda dedica a Hugo tras haberse suicidado en 1976. Al día siguiente de enterarme de la singular paciente de mi podólogo, me llevé una enorme sorpresa al recibir este comentario: “Ese era mi tío abuelo. Cumplía nueve años de edad cuando mi madre se acercó a mi hermano y a mí y nos dice que debemos irnos (…) no entendía lo que pasaba hasta que supe que el hermano de mi abuelo se había matado”.
Que un poema fuera anzuelo para un integrante de la familia de aquel del “nombre perezoso / que casi no quería ser palabra” me pareció fascinante.
A la gente que me dice que no le gusta leer poesía, siempre le sugiero los versos de Carilda. Ella, como Jaime Sabines o Vinicius de Moraes, tiene el don de transformar pasiones, emociones y la vida diaria en simples y bellas formas de nombrar.
¿No es, acaso, la poesía un espejo de palabras donde nos hallamos reflejados como no logra reflejarnos un espejo de cristal?
@letranias
Enlaces a la poesía de Carilda Oliver Labra en Letranías:
Poema “Guárdame el tiempo”
Poema: “Discurso de Eva”
Poema: “Cuento”
Poema: “Le conocí cuando acababa enero”
Poema: “Como una mujer de absorto”
Poema: “En vez de lágrima”
Poema: “Esta memoria”
Poema: “Elegía para decirme”