Ligia Cámara, pianista yucateca. |
Escrito por Addy Góngora Basterra.
Publicado en el Diario de Yucatán.
2023. Qué cifra escandalosa. Eso pensé cuando vi el año de caducidad del pasaporte que renové hace unos días. Seguramente lo mismo pensé cuando renové el anterior... y aquí estoy con diez años de más, con los años de ahora… ¿en dónde estaré en los que están por venir cuando el tiempo plasmado en mi nuevo pasaporte pierda validez? Me muero de curiosidad, no de incertidumbre. Son dos maneras diferentes de vivir el futuro. Opto la primera y me pregunto: ¿qué recordaré en diez años y qué recuerdo de diez años atrás? … … … me quedo pensando por un momento y me sorprendo porque, de entre todos los recuerdos, brilla un nombre de mujer… ha de ser porque lo traigo a flor de piel.
De diez años atrás recuerdo a Ligia Cámara.
Hace una década trabajé en la Dirección de Cultura del Ayuntamiento de Mérida. Cierta ocasión se organizó una noche de música cubana y contraté a Ligia para que con su Roland inseparable —que sólo un buen piano podía suplir— y Julián López en los bongos, hicieran de una velada al aire libre una noche inolvidable. Y así fue. Ligia tenía una buena cantidad de fans, gente que continuará admirándola y queriendo, porque seguiremos disfrutando su son y el fulgor que del piano sus manos destilaban. No hubo quien pudiera escapar de su algarabía ni quien no quisiera bailar al escucharla.
Pasaron los días y salió el cheque con el que se le pagaría a la artista y le llamé para avisarle. Me dijo que estaba por salir a ver unas cosas y que tan pronto acabara pasaría por el cheque a la Dirección de Cultura. Recuerdo que la esperé en la banqueta para que no tuviera que estacionarse ni bajar. Cuando llegó, detuvo el auto, bajó la ventanilla y en vez de sacar la mano para que le entregara el cheque, sacó su vozarrón y me dijo “Súbete chiquita, vamos a dar una vuelta”. Y la vuelta se convirtió en dos horas. Fuimos a su casa, donde Soco, su hermana, nos esperaba con sandwiches, refrescos y conversación para prodigar sin ton ni son a quien prestara oídos.
—Toca algo, chiquita— me dijo Ligia, que seguramente me vio los ojos llenos de antojo al ver el piano en la sala de su casa. Me senté e hice sonar lo poco que sé. —Pero si aquí la pianista eres tú— seguramente le habré dicho, porque lo siguiente que recuerdo es a Ligia tocando el piano. Tras un par de canciones anunció: "Ahora voy a cantar una mía"... y empezó una melodía que yo no conocía y que ahora, diez años después, escucho perfectamente: "Nunca pensé que yo faltara a mis principios de mujer... nunca creí enamorarme así de ti…" y ahora, mientras esto escribo, veo a Ligia claramente en ese momento… cuando de pronto, sin aviso ni contención, se echó a llorar sin poder continuar la canción.
Esa mañana conocí a una Ligia Cámara viva de amor por alguien a quien conoció de improviso y de quien se enamoró “desde el instante en que te vi frente de mí… me cautivó esa mirada y el sonido de tu voz, mi corazón volvió a latir…”. Ahí estaba la señora del jazz conmovida hasta el llanto por una historia de amor vuelta música.
Tras releer lo anterior, me doy cuenta de las tretas que nos juega la memoria cuando se mezcla con el corazón, porque en realidad quería escribir sobre la nostalgia que me invade cuando hojeo mis pasaportes y veo los sellos, entradas y salidas de mundos, personas y momentos a los que ya no puedo volver porque el tiempo me lo impide, porque hay cosas que una vez que suceden no vuelven a repetirse, como aquel secuestro express musical con el que fui afortunada. Mi pasaporte renovado me llevó al pasado; a revivir un momento que ya no registraba, un encuentro que en sueños deseo tener de vez en cuando: estar cerca de Ligia mientras toca el piano.