Historia de la bugambilia bicolor y un limonero hecho taco


Esta es la historia de una bugambilia bicolor que floreció sin riego, rosa fusionada con hojas color lengüita de encendedor, hija del calor y brote terco. Esta es también la historia de un árbol de limón, desterrado de mangueras, con hojitas tímidas y plegadas como si tuvieran pena.


El patio de mi casa (♫ es particular ♫) ha tenido algunas bajas en lo que a macetas se refiere debido al calor que en los últimos veinte días ha sido superior a los 40 grados. En vez de jardín tengo grava y eso, para las plantitas, es fatal. Así que no ha sido extraño encontrar una que otra en sepia. Y sin embargo, una bugambilia que no sabía que existía, ha florecido. Ayer vi un atisbo naranja, pero como no llevaba los lentes puestos, pensé que eran hojas marchitas. Mi madre se ríe porque un día le confesé que lo que ella cree que tengo de creatividad, en realidad es miopía: como no veo de lejos me imagino cosas. Así que no creo mucho en lo que veo sin lentes y por lo tanto, desde hace dos días, sentencié como algo moribundo lo que en realidad es el prólogo de una bugambilia que presume a dos voces sus colores.


Además de la nueva integrante, tengo otras plantas. Algunas de ellas están sobre el pozo, disputándose la sombra que el árbol de caimito pone a temblar, como tratando de repartir un poco de tregua ante el sol implacable de Yucatán. Estoicamente una maceta con Chiles Parados se ha defendido y sigue ahí, con los chiles pidiendo agua como esos peces que están a ras de la superficie dando bocanadas, confesando algún misterio de ondas concéntricas. No me sorprende que el redondel del pozo esté florido porque a las macetas con Mañanitas, las riego todos los días, flores silvestres que en las horas más soleadas son un carnaval y que pienso que son como los gremlins pero de las flores: se reproducen cuando se mojan. Tengo en el refri agua especial para ellas y para Petri (que es cuna de Moisés y vive adentro de la casa) porque con el calor protagónico del que todo mundo habla, por las tuberías corre agua caliente —aún por la noche— y regar las macetas o darse un baño con agua indeseable es poco grato.


El árbol de Caimito y la reciente bugambilia comparten terreno con dos árboles más. Un naranjo y un limonero. Pero de quien quiero hablar es del limonero y de sus ramas de las que cuelgan taquitos verdes, porque así están hechas las hojas, taco. Por lo tanto he decidido meter otro garrafón al refrigerador para que cuando llegue su momento, haya jugo adentro de cada limón y así mis querencias vengan y cosechen los frutitos de la perdición para acompañar con gotas de felicidad clamatos, vodkas, tequilas, cheladas, micheladas, mangos, historias y canciones. Con esa agua fría se regará también la bugambilia, cuyo color reflejo del calor es bienvenido en mi ventana. Veremos cuánto me dura el gusto, porque no tarda en llegar Godzilla (gran tolok villano de mi patio) a devorar de un bocado —como es su incontenible costumbre— cada intento de color en las macetas, en las plantas, en las ramas.


O tal vez habría que cantar letras que hablen de aguaceros, poner a coro a los cenzontles que en estas ramas tienen su casa y pentagrama, para invocar a Chaac —dios maya de la lluvia— para que en alianza con Tláloc nos den el gustoso olor a tierra mojada; para que la ciudad respire perfumada y todo se llene de agua, hasta ahí, donde no llegan cubetas, garrafones, regadores ni mangueras… tal vez así dejemos de tener los talones cuarteados, plantas de los pies mimetizadas, solidarias con la tierra, por esa lluvia que tanto necesitamos y no llega.