Novelista que corre

Murakami: "Los novelistas pensamos con todo el cuerpo, y esa tarea requiere que el escritor use todas sus capacidades físicas por igual". 

Ando por estos días inmersa en las páginas del libro "De qué hablo cuando hablo de correr" de Haruki Murakami (Japón, 1949). Sabrán que los libros nos llegan cuando tienen que llegar. Lo que en él he encontrado coincide con la meta que me he puesto para abril: correr y escribir todos los días. Hay trechos interesantes y, mejor que eso, inspiradores. Dejo aquí un par de fragmentos que alientan y desafían:

"Soy consciente de que escribir novelas largas es básicamente una labor física. Tal vez el hecho de escribir sea, en sí mismo, una labor intelectual. Pero terminar de escribir un libro se parece más al trabajo físico. Por supuesto que, para escribir un libro, no es necesario levantar grandes pesos, ni correr muy rápido, ni volar muy alto. Por eso, la mayoría de la gente, que sólo ve el exterior, cree que el trabajo de novelista es una tranquila labor intelectual de despacho. Tal vez piensen que, con tal de tener la fuerza suficiente para poder levantar la taza de café, se pueden escribir novelas. Pero, si probaran de veras a hacerlo, estoy seguro de que enseguida me comprenderían y se darían cuenta de que escribir novelas no es un trabajo tan apacible. Es sentarse ante la mesa y concentrar todos tus sentidos en un solo punto, como si fuera un rayo láser, poner en marcha tu imaginación a partir de un horizonte vacío y crear historias, seleccionando una a una las palabras adecuadas y logrando mantener todos los flujos de la historia en el cauce por el que deben discurrir. Y para este tipo de labores se requiere una cantidad de energía a largo plazo mucho mayor de la que generalmente se cree. Y es que, aunque realmente el cuerpo no se mueva, en su interior está desarrollándose una frenética actividad que lo deja extenuado. Por supuesto, la que piensa es la cabeza, la mente. Pero los novelistas, envueltos en el ropaje de nuestras «historias», pensamos con todo el cuerpo, y esa tarea requiere que el escritor use —en muchos casos que abuse— todas sus capacidades físicas por igual. 

(...)

En mi caso, la mayoría de lo que sé sobre la escritura lo he ido aprendiendo corriendo por la calle cada mañana. De un modo natural, físico y práctico. ¿En qué medida y hasta dónde debo forzarme? ¿cuánto descanso está justificado y cuánto es excesivo? ¿hasta dónde llega la adecuada coherencia y a partir de dónde empieza la mezquindad? ¿cuánto debo fijarme en el paisaje exterior y cuánto concentrarme profundamente en mi interior? ¿hasta qué punto debo creer firmemente en mi capacidad y hasta qué punto debo dudar de ella? Tengo la impresión de que si, cuando decidí hacerme escritor, no se me hubiera ocurrido empezar a correr largas distancias, las obras que he escrito serían sin duda bastante diferentes". 

Tomado del libro De qué hablo cuando hablo de correr.