Cuando el amor es droga


De Cristina Peri Rossi (Uruguay, 1941)
Fragmento de la novela “Solitario de amor”.

Alguien se acerca y me saluda. No recuerdo su nombre ni su profesión. Mis recuerdos, ajenos a Aída, anteriores a mi amor por Aída, están envueltos en una nebulosa, como si vinieran de otro mundo. (Soy yo, en realidad, el que vive en una isla, solitario y desconocido: mi amor por Aída es una isla fuera del tiempo y del espacio.)
        —¿Tú por aquí? —me dice el desconocido—. Creí que te habías ido de la ciudad.
        (Verdaderamente: habito otro mundo, sin dirección, sin mapa, sin señales de identificación.)
        —Te equivocas —le digo—. Sigo viviendo en esta ciudad. Pero estoy muy ocupado.
        (Soy un hombre muy ocupado que no hace nada en todo el día. No tengo tiempo, pero mi empleo del tiempo no produce objetos, ni dinero, ni obras: es, por tanto, un tiempo imaginario, para la sociedad en que vivimos, una sociedad desamorada. Toda mi energía se consume en amar a Aída, en imaginar a Aída, en esperar a Aída.)
        —Cuando un hombre empieza a leer el diario —le digo a Raúl—, es que ya se ha desenamorado.
        A los hombres normales, que no aman, les produce escándalo la vida del enamorado. En efecto: no hace nada. Sin embargo, si se pudiera medir su energía intelectual, la energía de su imaginación y la de su sensibilidad, posiblemente sería el hombre que más hace.
        —El amor es una toxicomanía —dice Raúl.
        Me dejo intoxicar por Aída. Anda es mi droga y las dosis de Aída que necesito son cada vez mayores. Como el adicto, el mono de Aída me produce una ansiedad incontrolable. Hablo solo, bebo demasiado, fumo demasiado, pero estas otras drogas no reemplazan a la única droga que deseo. El mono me hace perder los automatismos, me distancia de todos los objetos, me vuelve extraño de la realidad. Obsesionado por Aída, olvido cualquier cosa que no tenga que ver con ella: de pronto, la cafetera eléctrica se convierte en un aparato complejo y desconocido, que no sé hacer funcionar. Como un animal monstruoso, está compuesta por diversas partes cuyo engarce ignoro, y me es indescifrable. Las piezas tienen una estructura hostil y no sé ni su orden ni su combinación. Lo mismo me ocurre con la ropa: he esperado todo el día, sin hacer nada, el momento ansiado de encontrarme con Aída, pero ahora, que debo vestirme, no sé qué camisa elegir, no encuentro los zapatos, el pantalón me parece manchado. Finalmente, ante el temor de llegar tarde, me pongo una chaqueta cualquiera y el pantalón de otro traje. Salgo rápidamente, pero a mitad del camino me asalta la sospecha de que llevo calcetines diferentes o de que tengo el pulóver al revés. Enseguida, sospecho que he olvidado cerrar la puerta de mi apartamento, o que he dejado el gas encendido. Deseo regresar, pero a la vez no quiero llegar tarde a casa de Aída, a quien la impuntualidad exaspera. Continúo, entonces, el viaje bajo la sensación de una catástrofe: mi apartamento seguramente arderá, o será desvalijado, pero prefiero esa catástrofe a la de hacer esperar a Aída (quien, por lo demás, escucharía mis explicaciones con suspicacia, dispuesta, siempre, a hallarme culpable de alguna falta hacia ella). Ni siquiera la presencia de Aída sirve para hacer desaparecer por completo mi ansiedad. Aplacado, sólo aplacado un poco por su presencia, traslado mi obsesión a sus gestos, a sus palabras: observo su mirada, y si se aleja de mí, me angustia, me siento traicionado. Lo mismo me ocurre con la conversación: los intentos de Aída de hablar de temas generales, o de pedir mi opinión acerca de un conflicto político, encuentran a un conversador distante, desestimulado, poco activo: sólo quiero hablar de mi amor hacia ella y de su amor hacia mi. (Pero el hecho de que no me hables del amor que sientes hacia mi me parece una prueba irrefutable de tu falta de amor. ¿Cómo es posible hablar de otra cosa que no sea del ser amado? A la vez, me siento atrapado en una alternativa imposible de resolver: si no consigo hablar con cierto entusiasmo, inteligencia o interés de algo diferente a mi amor por ti, te irritas y eso pone en peligro tu amor, pero a la vez, si te hablo de algo diferente a mi amor por ti, siento que lo traiciono, que participo del mundo, que me integro, de alguna manera, a la hora de cuerdos desenamorados.)