¿Cuál es mi cuento preferido de Julio?




Relato escrito por Otto Cuauhtémoc Castillo González, ganador del Concurso “Quitarse esa cosquilla molesta del estómago: cuéntanos tu cuento favorito de Julio Cortázar”, como parte de la 2ª Serie de Conversatorios sobre Literatura, organizado por el Proyecto Utopía de Yucatán A.C. y Foro Amaro.

Otto Cuauhtémoc Castillo González, ganador del concurso. La premiación se realizó el martes 12 de marzo de 2016 al finalizar el "Homenaje a Julio Cortázar" como parte de la 2ª Serie de Conversatorios sobre Literatura.



¿Cuál es mi cuento preferido de Julio? Es una pregunta realmente difícil de responder, como si preguntaran qué gota de agua es mi preferida de la lluvia que hubo en la mañana. La obra de Julio me ha marcado, ha dejado cicatriz en mí. Esa pregunta, “¿Cuál es tu cuento favorito de Julio?”, es para pasmarse; me dejó “lobotomizado”. Aunque luego de pensarlo, hay ciertos cuentos que están más impregnados en mí ser, entre ellos La salud de los enfermos, Axolotl, De la simetría interplanetaria y Deshoras. Pero tal vez el cuento que me ha dejado una huella más profunda, una incertidumbre que no se quitaba ni con agua, fue Después del almuerzo.

Gracias a ese cuento siento que pude vislumbrar aquello que los artistas persiguen durante toda su vida: el otro lado. Cuando terminé de leer ese cuento, yo ya era un Otto distinto al que lo había iniciado. Tanta mezcolanza, tantos colores, aromas y sueños pude captar en las líneas de Después del almuerzo que sólo de pensarlo me dan escalofríos. Las primera líneas están talladas en mi memoria: “Después del almuerzo yo hubiera querida quedarme en mi cuarto leyendo, pero papá y mamá vinieron casi enseguida a decirme que esa tarde tenía que llevarlo de paseo”.  He hablado con varias personas sobre dicho relato y algunas me dijeron que El Paseado[1] es un perro o una  cucaracha gigante, e inclusive hubo un muchacho que me dijo que era un Xenomorfo de Ridley (No es broma, ¡un Xenomorfo!) yo lo identifiqué simplemente como el hermano menor del protagonista; tal vez eso fue lo que me causó más ruido, identificar a los personajes con mi propia familia. Luego de leer la primera parte del cuento, uno siente que es cierto, nuestros padres (todos los padres) son unos tiranos, que eso que llamamos familia es en realidad una pequeña comunidad esclavista; no lo niego, desde el principio sentía una aversión terrible contra los padres de nuestro protagonista. “[…] Pero papá dio un paso adelante y se puso a mirarme en esa forma que no puedo resistir, me clava los ojos y yo siento que se me van entrando cada vez más hondo en la cara, hasta que estoy a punto de gritar […] Mamá en esos casos no dice nada y no me mira, pero se queda un poco hacia atrás con las dos manos juntas” Sentía en carne propia la pesadumbre de nuestro protagonista, me daban ganas de abrazarlo.

Por cierto, hay que resaltar que el niño sólo siente en este punto cariño y empatía hacia su tía Encarnación, quien le demuestra afecto ante el orden “despreciable” que dictan los padres. Sin más, nuestro protagonista de brazos cruzados, con los dientes a punto de romperse de tanta presión que ejercen, acata la orden con el único consuelo de que este paseo significaría estrenar sus zapatos amarillos que, como dos soles, brillan y brillan. Sin embargo, el desastre se hace presente ya que aquel día había llovido y era difícil caminar sin meter los pies en algún charco. Nuestro protagonista comienza su periplo de una forma húmedamente mala y continua con el agobiante viaje en el tranvía que toman para llegar al centro de la ciudad. Es importante puntualizar que nuestro niño siente gran preocupación ya que no puede sentarse, debido a la multitud de asientos ocupados, a lado de El Paseado. Acto seguido, cuando al fin logra sentarse a su lado siente temor ante la posibilidad de que El Paseado decida abrir la ventanilla y saltar. El vertiginoso viaje en el tranvía termina, están cerca de su destino.

¿Cuántas veces no estamos bajo la lupa de los juzgadores ocasionales? ¿Cuántas veces no somos parte acusada de un juicio que tiene como cabecillas a los transeúntes descarados? “Y todo el tiempo sentía que los vecinos estaban mirando desde los jardines, sin decir nada pero mirando” A pesar de que nuestro pequeño protagonista asegura que las miradas de juzgamiento no le molestan para nada, hay que precisar que durante todo el relato describe con incomodidad el acoso ocular al que se ve sometido él y El Paseado, dejando en claro el sofocamiento que experimentaba durante todo su recorrido. “Total estar ahí parados no tenía nada de malo, pero igual no me gustaba porque la gente que pasaba tenía más tiempo para fijarse, y dos o tres veces me di cuenta de que alguien le hacía algún comentario a otro, o se pegaban con el codo para llamarse la atención”.

Cuando es momento de cruzar la calle para llegar a la Plaza de Mayo,[2]  nuestro  niño piensa que El Paseado puede tener un capricho y quedarse en medio del asfalto sin querer moverse, por lo que decide esperar hasta que éste tenga ganas, por iniciativa propia, de cruzar la calle; nuevamente el niño se ve perturbado por las miradas, ahora la del vendedor del puesto de revistas de la esquina. Todos los elementos, todas las piezas las juntó Julio para mostrarnos que en este punto el niño explotará de un momento a otro, inexorablemente. “Tuve miedo de veras, así como ganas de vomitar, lo juro.” Cuando finalmente lograr sortear la calle y llegar a Plaza de Mayo, el protagonista cansado decide soltar a El Paseado,[3] momento en que el protagonista manifiesta su sentir mientras se va alejando de él: “Hubiera querido que se muriera, que ya estuviera muerto, o que papá y mamá estuvieran muertos, y yo también al fin y al cabo, que todos estuvieran muertos y enterrados menos tía Encarnación”.

Plaza de Mayo. Buenos Aires, Argentina.

 Estos sentimientos, esta evocación nihilista pasa rápidamente y decide que tanto él como El Paseado deberían sentarse en un banco de la plaza a mirar palomas que no se dejan como los gatos (El Paseado junto con el gato de los Álvarez protagonizó un incidente, donde me gusta imaginarme que el felino terminó siendo el desayuno de nuestro incomprendido ser ignoto[4]). Mientras comen manises y caramelos sentado en la banca, nuestro protagonista idea de forma sencilla, casi sin pensarlo -los crímenes más atroces se cometen casi siempre sin pensarlo-, abandonarlo en la banca con las palomas, cosa que hace. Ya solo, nuestro protagonista va retornando a casa pero sabe que llegar a casa sin El Paseado significa una tunda por parte de sus papas, por lo que idea pasar a divertirse a algunos lugares antes de regresar a casa. De esta forma, en las cercanías de la Casa Rosada, se voltea instintivamente para cerciorarse que El Paseado no le ha seguido, al constatar aquello el niño se lo imagina revolcándose alrededor del banco donde abandonó a nuestro ignoto amigo. En este punto del relato es cuanto sentí una completa aberración hacia el niño ¿Qué culpa tenía El Paseado para que lo abandonara ahí, solo con las palomas?
            
             Cerca de Paseo Colón, nuestro niño protagonista parece estar sofocado de verdad, le cuesta respirar, su estómago le duele y suda copiosamente, ve imágenes como puntos verdes y en esos puntos el rostro de papá. Nuestro protagonista parece que se va desmayar, decide secarse el sudor de la cara con un pañuelo que le termina arañando la cara por una hoja seca que tenía pegada; aquél rasguño significó el detonante. Regresó corriendo a buscar a El Paseado, ignoto ser que no se movió de su lugar en el banco donde fue abandonado mientras contemplaba palomas. Al llegar hasta él, el niño cayó rendido de cansancio y “la gente se da la vuelta con ese aire que toman para mirar a los chichos que corren, como si fuera un pecado”. Le dijo al abandonado que era hora de volver a cara. El retorno no fue problemático como la ida; nuestro niño ya no sentía preocupación alguna: “Y el tranvía estaba casi vacío al comienzo del recorrido así que lo puse en el primer asiento y me senté a su lado y no me di vuelta ni una vez en todo el viaje, ni siquiera al bajarnos: la última cuadra la hicimos muy despacio, él queriendo meterse en los charcos y yo luchando para que pasara por las baldosas secas. Pero no me importaba, no me importaba nada”. Notamos la catarsis del niño. Aquella rabia que sentía desaparece con el retorno a casa, y el niño comprende a sus padres que ahora no parecen tiranos, piensa que a veces sacaban un pañuelo que también les lastimaba la cara. El héroe que salvo el día, al niño, a los padres y a cada transeúnte juzgador, fue El Paseado.

Después del almuerzo, significa para mí eso: un pañuelo con una hoja seca pegada que lastima la cara al secarse, una bofetada de realidad por medio de una dosis de lo fantástico. ¿No todos nos lastimamos el rostro, de cuando en cuando, con esa hoja seca que llamamos realidad? Ahora sí, con lo que les he contado se me ha quitado esa cosquilla molesta del estómago.




[1]  Así me refiero al personaje al que el protagonista tiene que acompañar y que Julio nunca aclara (característica del relato fantástico) qué es.
[2] Lugar céntrico preferido de nuestro pequeño protagonista.
[3] Sí, soltar. Es decir, lo llevaba amarrado ¡Llevaba amarrado a su hermanito! N. de A.: Recordar que yo vínculo a El Paseado con el hermanito del protagonista.
[4] Es divertido imaginar esa situación, figúrese qué canija era el hambre de El Paseado para desayunarse al gato de los Álvarez.