Los latidos de la humanidad

Hay un lugar en Buenos Aires que se llama “La Viruta”,
sitio fascinante para quienes amamos bailar. Y ver bailar (...)
La pista de baile era un mar y toda esa gente bailando un cardumen
llevado por la marea musical, un espectáculo sonoro y visual
que me regocijaba el alma...
@letranias


Fotografía tomada de www.lavirutatango.com

Addy Góngora Basterra (*)
Publicado en el Diario de Yucatán .

Hay sonidos de los que no podemos escapar, escuchamos de manera inevitable lo que nos rodea: el motor del coche del vecino, ladridos, conversaciones de mesas contiguas, alertas de celulares; hay sonidos a los que nos acostumbramos, como la estela que deja el tren cuando pasa, el repiquetear de la lluvia, el rumor motorizado de avenidas, las aspas del ventilador, el murmullo de una conversación. o sonidos peregrinos, como la fronda de los árboles cuando los mueve el viento y el canto de pájaros que vuelan cada tarde hacia ellos.

A diferencia de los ojos, no podemos bloquear voluntariamente la audición ni cubrirnos los oídos como nos cobijamos la mirada con los párpados. Hasta que se inventaron los audífonos en los que nos sumergimos, sonoros paraísos artificiales siempre a mano; nos metemos en ellos y oímos lo que elegimos escuchar, dejando fuera de nuestro alcance los sonidos ambientales.

Hay un lugar en Buenos Aires que se llama “La Viruta”, sitio fascinante para quienes amamos bailar.

Y ver bailar.

Cuando uno pasa por la calle no se imagina lo que hay en el subsuelo, porque el lugar al que me refiero es algo así como un gran sótano adaptado para salón de baile donde no solamente bailan profesionales, también hay clases para los que quieran aprender tango, milonga, salsa y rock&roll. Me gustaba ir ahí, sentarme y observar el espectáculo de la música moviendo cuerpos abrazados.

Recuerdo una ocasión en la que miré con detalle el movimiento de los pies de quienes bailaban tango. Como es un lugar cerrado, no fue difícil percibir el sonido que brotaba de la fricción de los zapatos con el piso. ¿Cómo no había percibido algo tan obvio? Supongo que al centrar mi atención auditiva en escuchar la música de la Orquesta, descartaba todo lo demás. ¿Cuántos sonidos descubriríamos si le prestáramos atención a lo que está ahí, tan evidente, pero que distraemos con algo diferente?

Mirar el movimiento de los pies fue asomarme al tango por una rendija que no conocía, una perspectiva diferente para disfrutar, porque me di cuenta que el sonido de los zapatos al deslizarse evocaba al oleaje. La pista de baile era un mar y toda esa gente bailando un cardumen llevado por la marea musical, un espectáculo sonoro y visual que me regocijaba el alma. Mi soledad de muchacha extranjera se alegraba al ver girar a las parejas que más de una ocasión fueron hipnótico motivo de desvelo.

Qué importante es escuchar, qué significativos pueden ser los sonidos. Por eso después de ciertas canciones algo en nosotros no vuelve a ser lo de antes. La música nos cambia la vida. A través de ella podemos llegar a donde no logramos llegar con las manos, tocamos de manera diferente a las personas a través de lo que se interpreta en un instrumento y a través de lo que cantamos.

Pensaba en eso el viernes pasado durante el concierto inaugural de la Vigésima Temporada de la Orquesta Sinfónica de Yucatán (OSY). Me sentí feliz escuchando. La música que no tiene letra dice lo que sentimos por dentro cuando la escuchamos, incluso lo que no sabemos nombrar, aquello que nos deja absortos de belleza, aquello que nos conmueve, que nos anuda la garganta y nos barniza la mirada. ¿Qué es para mí el Danzón no. 2? Veracruz, la tierra donde nací. ¿Qué significa para mí Moncayo? Patria musical: mi sangre mexicana es la trompeta con sordina del Huapango.

Hay pasiones que se contagian y la música es una de ellas, quizá por eso al pianista yucateco Manuel Escalante —invitado de la OSY— le llovieron los aplausos la semana pasada. Mientras tocaba el piano me enamoraba de la vida y fue una de las ocasiones en las que he querido bendecir y agradecer el poder escuchar.

Nuestra capacidad para saborear con el oído todo aquello que suena en la polifonía diaria es un privilegio, como también lo es poder acercarnos a la música a través de los audífonos, lupa de los sonidos, estetoscopio del mundo contemporáneo con el que oímos, nota por nota, los latidos de la humanidad.- Mérida, Yucatán.

(*) Licenciada en Letras Hispánicas y Profesora de Historia del Arte.