Un libro, una granada y un fragmento.

Fotografía de Nick Daly


¿Te fijas? En una rebanada, sueña con ser caleidoscopio la granada.Yo te regalé un libro y tú me regalaste una granada. Me han regalado muchas historias engrapadas o cosidas por la mitad de la hoja, pero nunca una fruta que se desgrana con las manos para luego dármela a cucharadas, como a un bebé de brazos o un amante que cuida sus pasos. Al poco rato, releí una historia. Y volví a creer en el destino, en la extraña maravilla de abrir al azar, caer en una página y encontrar en ella palabras que son anillos exactos a lo que vivo. Historias que nos atraen, misteriosos magnetos que nos leen a nosotros cuando nosotros las leemos...
–Addy Góngora Basterra.


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Fragmento de:
Los Jardines secretos de Mogador
del escritor mexicano Alberto Ruy Sánchez.

Jassiba sacó de una pequeña caja de maderas incrustadas un cuaderno rojo, forrado de tela, donde su abuela anotaba pensamientos, recetas, poemas, cuentos populares: todo lo que tuviera que ver con la granada. Había hecho de esa fruta su emblema personal. Lo título Mis granadas y abajo, con letra más pequeña, escribió El jardín de mis caprichos. Me leyó, al azar, un par de párrafos:

“La granada es antigua como los sueños de las cabras jóvenes y de los poetas viejos. Tiene el color lleno de destellos de las sedas de Samarkanda. Mancha la ropa como los restos de una batalla sobre campo abierto y deja en los ojos de quien la come el brillo de fuego de los enamorados. Es una fruta oasis, jardín cultivado en secreto dentro de una cáscara. Como la intimidad compartida en el cuerpo de quien se ama. Es la fruta de Los Sonámbulos. En ella está la voz de tierra del deseo. Esa voz que sembramos y hacemos crecer en nuestros cuerpos y en aquellos que amamos”.

Le pregunté a qué se refería su abuela cuando hablaba de Los Sonámbulos. Jassiba me habló de personas que, sin saberlo tal vez, tienen en su cuerpo una cualidad extraña que los hace desear con intensidad absoluta a otras personas de su misma condición. Algo así como una Casta Secreta con un apetito sensual desmesurado. No una sociedad secreta sino una manera de ser que se hereda y se cultiva. Gente que comenzó a tener conciencia de su diferencia hace muchos años y cuyos miembros se reconocen, sin haberse visto nunca antes, aunque los demás alrededor de ellos no se den cuenta. Me habló de una condición física que afecta a los sueños y hasta los movimientos. Me describió entonces cada una de las ocasiones en que, casi sin vernos, una atracción descomunal había guiado nuestros cuerpos uno hacia el otro. Como si algo más allá de nuestra conciencia actuara por nosotros.

—Ser Sonámbulo es vivir como tú y como yo bajo la ley del deseo —me dijo Jassiba—, vivir bajo el dominio de lo invisible en el amor. Es escuchar y ver algo en el otro que nadie más puede. Es entender y obedecer, por ejemplo, las órdenes de las magnolias, como acabamos de hacerlo.

Fue hacia un librero que estaba al fondo y sacó un volumen delgado como un libro de poemas. Tenía forros de papel azul agua, lleno de caligrafías por dentro y por fuera. Encontró rápidamente lo que quería leerme. Era evidente que conocía muy bien ese volumen:

“Los Sonámbulos no distinguen entre la realidad y el deseo. Su realidad más amplia, más tangible, más corporal, es el deseo. Me muevo porque deseo. La vida en sociedad es un espejo tejido de deseos. El hogar una casa de deseos. La alcoba y la biblioteca son jardines de deseos. Mi jardín es la trenza de mis deseos con la naturaleza. Pero el Sonámbulo no se confunde completamente y sabe muy bien que desear no es igual a haber alcanzado lo que se desea. Sabe que el deseo es siempre una búsqueda. También sabe que al buscar no siempre encontrará lo mismo que anhela. Más de una vez la vida del Sonámbulo le da peras en vez de manzanas. Pero el Sonámbulo descubre con gran placer que ahora le gustan las peras.”

Interrumpió su lectura para decirme: “Los Sonámbulos son enemigos de las certezas. Saben que todo cambia, como un caleidoscopio, porque el deseo nos moldea.”