Sputnik, mi amor

Una de las escenas más bellas de los cortometrajes
con los que está hecha la película Paris, je t'aime (2006).

Fragmento de la novela "Sputnik, mi amor", 1999.
Del escritor japonés Haruki Murakami.

En China, antiguamente, las ciudades estaban rodeadas de altas murallas donde se abrían grandes y magníficas puertas —expliqué tras reflexionar unos instantes—. Esas puertas tenían un gran significado. No sólo servían para entrar y salir, sino que se creía que era allí donde moraban los espíritus de la ciudad. O el lugar donde debían morar. Exactamente igual que en la Europa medieval, donde la gente consideraba la iglesia y la plaza como el corazón de la ciudad. Por eso, aún hoy, quedan en China muchas puertas maravillosas. ¿Sabes cómo construían las puertas los chinos de la antigüedad?

—Ni idea —dijo Sumire.

—La gente se dirigía a los antiguos campos de batalla tirando de carretas, y allí recogía todos los huesos desparramados o enterrados que podía encontrar. Al ser un país de tan larga historia, no faltaban campos de batalla. Luego construían una enorme puerta a la entrada de la ciudad incrustando todos esos huesos. Esperaban que, honrando de ese modo sus almas, los guerreros muertos protegieran la ciudad. Pero ¿sabes?, no bastaba con eso. Cuando la puerta estaba terminada, llevaban hasta allá unos cuantos perros vivos y, con una daga, los degollaban. Después regaban la puerta con la sangre aún caliente de los perros. De esa forma, los huesos resecos se empapaban de sangre fresca y las viejas almas adquirían un poder mágico. Al menos eso es lo que creían. —Sumire aguardaba en silencio a que prosiguiera—. Escribir una novela es algo parecido. Por más huesos que reúnas, por magnífica que sea la puerta que construyas, sólo con eso no tendrás una novela viva. Una historia, en algún sentido, no es algo de este mundo. Una verdadera historia requiere un bautismo mágico que conecte este mundo con el otro.

—O sea que tengo que agenciarme unos cuántos perros, ¿no? —Asentí—. Y hacer correr la sangre caliente.

—Tal vez.

Sumire reflexionó unos instantes mordiéndose los labios. Volvió a arrojar al estanque unas cuantas desafortunadas piedrecillas más.

—Preferiría no matar ningún animal.

—Evidentemente, sólo era una metáfora —dije—. No se trata de matar ningún perro.





Ayer, en el blog de José Santana Filho "Crônicas e Reflexões", que nutre diariamente desde São Paulo, leí el fragmento anterior de Murakami. Me encantó y lo subí al blog... en portugués, tal como lo tomé del blog. Por eso hoy lo comparto en español. Anoche, empujada por Santana, de forma irresistible llegué a la librería cinco minutos antes de que la cerraran y compré un ejemplar. Ese fragmento y la sinopsis me hicieron querer leer más. Si a alguien le sucediera lo mismo, el costo del libro es $99.00 en una edición y $199 en la otra, lo pueden conseguir en Librerías Gandhi, de quien por cierto, me encantó el último anuncio espectacular que está camino a mi casa: 

Lee las películas que van a salir en tres años.