Ser la India

RAMAYANA


Por Jesús Aguado
Publicado hoy en Babelia
Crítica: Libros - Reportaje


Rama, el actor principal de esta historia (Ramayana significa Hechos o sucesos de la vida de Rama), es el personaje más conocido y venerado de la India, un país que ha forjado sus ideales, en gran medida, a partir de los de este héroe legendario. Una larga tradición oral y, a partir del texto fijado por el sabio Valmiki, también escrita, le ha usado como referente moral, político, familiar, social y religioso. Rama, encarnación o avatar de Visnú, que desciende al Mundo cada vez que éste se desvía de su dharma o curso correcto, fue un dios de pleno derecho sin dejar de ser, al mismo tiempo, un ser humano completo, doble condición que explica los múltiples niveles herméuticos de las hazañas en las que participa y también los distintos usos y versiones que han hecho de éstas los muchos pueblos del subcontinente que las han asumido como propias. Hay un Rama, y un Ramayana, de las cortes y de las tribus, de los templos y de los guerreros, del norte de la India y del sur de la India, de los poetas devocionales y de los filósofos. Todos ellos, sin embargo, pertenecen a una tradición que, por sentirse tan a gusto con las heterogeneidades e incluso con las contradicciones, los ha fundido en uno solo: el protagonista del Ramayana, una epopeya que en el sureste asiático sigue recitándose y leyéndose, y sobre la que se sigue reflexionando, cada hora de cada día por millones de personas.


Desde que Valmiki fijara, aproximadamente entre los años 750 y 500 antes de Cristo, las distintas versiones orales de la historia de Rama en un texto unitario en lengua sánscrita, el Ramayanaha sido traducido a decenas de las lenguas vernáculas y dialectos de la India, los cuales, al recibirlo en su seno gramatical y cultural, han privilegiado unos sucesos sobre otros, añadido o suprimido pasajes y cambiado el signo mitológico, ético y filosófico de algunos episodios o personajes. Algunas de esas traducciones son, en realidad, versiones originales de altísimo nivel literario, entre las que destacan las de Tulsidás en hindi (la única de la que hay traducción al castellano, aunque deficiente), la de Kamban en tamil o la de Krittivasa en bengalí. Es por eso que los eruditos no hablan de uno sino de muchosRamayanas, y la razón de que, ante el alud de documentos escritos y orales existentes, se hiciera necesaria una edición crítica del texto de Valmiki, tarea monumental que se culminó, gracias a los auspicios de la Universidad de Baroda, en el año 1975. Ésta es la principal virtud de la presente edición frente a las otras disponibles en castellano: mientras la de Juan G. de Luaces (1952 y 2001) se basa en la traducción al francés (1903) de Alfred Roussel y la de Juan Bergua (1968) en esa misma y en otras francesas, alemanas e inglesas del siglo XIX, por no mencionar las abreviadísimas o las adaptadas para jóvenes, ésta de Roberto Frías está hecha de la versión al inglés (1995) de Arshia Sattar, que manejó la mencionada edición crítica de la Universidad de Baroda.


Arshia Sattar, que firma un prólogo extraordinario, quizás el mejor texto introductorio a este poema épico disponible en nuestra lengua, ha aligerado el texto original de repeticiones, de florituras estilísticas, de interpolaciones espúreas y de errores de transcripción, y lo ha adaptado con sensibilidad y maestría al lenguaje contemporáneo para que pueda leerse ahora con la misma emoción con que se hacía cientos o miles de años atrás. El resultado es espectacular: este Ramayana, lejos de ser un monumento o un objeto de museo, defecto de la mayoría de las versiones occidentales mencionadas (incluida una en latín que refuerza todavía más esta sensación de antigualla venerable pero inservible y lejanísima), aparece como un texto vivo, actual, próximo y directo con el que uno, sin importar a qué región geográfica o mental del mundo pertenezca, puede dialogar sobre todo lo divino y lo humano. Arshia Sattar, que dedicó diez años de trabajo a su versión, ha sabido ser fiel a las necesidades de los lectores de hoy sin dejar de ser fiel a las exigencias filológicas y culturales de este clásico universal, uno de los libros más deslumbrantes y poliédricos que ha producido la Humanidad. Gracias a ese esfuerzo y a la excelente labor de Roberto Frías, el Ramayana puede por fin leerse, unos veinticinco siglos después, en un español exacto y propio que sabe salvar las distancias espaciales y temporales sin ignorarlas, consiguiendo de paso que nosotros, tan extraños en principio a ese mundo de fábula, podamos penetrar en él y probarnos sus preguntas y sus respuestas, sus zozobras y sus alegrías, sus misterios y sus claridades. Una gran oportunidad para ser la India sin necesidad de desplazarse físicamente hasta ella.




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