Uno busca lleno de esperanza...

Imagino que varios periódicos del mundo desplegaron hoy las fotografías que están debajo de estas líneas, imágenes que en vez de quitar el sueño nos muestran la felicidad de un niño haitiano de dos años que regresa a los brazos de su madre tras haber estado dos días entre escombros sepultado:










Bendita elocuencia la de esa mirada. La gente del fondo, en medio de la catástrofe y del olor a muerte, sonríe al ver la escena. Y la madre… esa mujer que no vemos pero que está ahí, según indica la prensa y la mirada del pequeño, ¿cómo tendrá la cara? ¿qué expresión puede tenerse en un reencuentro como éste?

No conozco a nadie en Haití. No tengo familiares, amigos ni conocidos que hayan sido víctimas del terremoto y aún así siento una angustia tal que pareciera que tengo gente querida y entrañable padeciendo las consecuencias del martes pasado. Cuando hechos como este pasan me duele la humanidad. Por eso me conmovieron tanto estas imágenes: la sonrisa del rescatista español en la primera foto; en la segunda, la forma en la cual el niño lo abraza, atemorizado y desconsolado antes de haber visto la cara que le hizo cambiar la expresión, esa cara que lo esperaba con amor, con el regocijo de saberlo vivo, entero, esa cara a la que el niño mira con gesto feliz haciéndonos sonreír a todos los que traemos el alma adolorida por lo que ha pasado en su país, ahí donde el pueblo entero busca sobrevivientes, ahí donde —como en el tango de Enrique Santos Discépolo—, uno
busca lleno de esperanza...



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