Instantes donde se anida la memoria

Punto de vida



Por Addy Góngora Basterra.

I


En últimos días he recibido por WhatsApp fotos familiares que tienen entre dos y tres décadas. A uno de los remitentes le atribuyo el envío por la nostalgia de cumplir años y el consecuente impulso de hacer recuento de vida: mi prima Betina nos compartió fotos de lo que llamó “Mi instagram de los 90”, un álbum bien conservado y decoradito con palabras formadas con recortes de revista. Al segundo remitente, le adivino el envío como un acto irresistible al encontrar álbumes que atestiguan el pasado y una historia de amor.

Dentro de veinte años, ¿en dónde estará todo lo que hoy compartimos por redes y grupitos del Whats? Más allá de iCloud o un disco duro, ¿qué haremos en unas décadas para volver a esos instantes que hoy tenemos en el celular? ¿a dónde acudirá Betina cuando cumpla sesenta y tantos y quiera recordar?

Lo anterior me refiere a una conversación que escuché al sentarme junto a una familia, en un aeropuerto:

—¿Me muestras la foto de cuando aprendí a nadar? —le pide el niño a su papá.
—No la tengo, estaba en otro teléfono.
—¿Hace cuántos teléfonos fue eso? —preguntó el chiquillo.
—Hace dos —respondió con paciencia la mamá.
Hubo unos segundos de silencio.
—¿Y cuántos teléfonos faltan para ver a la abuela otra vez?

Me pareció simpático el chamaquito. No lo olvido porque escuchándolo me percaté que nuestros recuerdos se anidan en la incierta existencia del celular y que para algunos es una herramienta para medir el tiempo. Hubo eras donde incendios arrasaban la memoria; en nuestra era, la memoria corre peligro con la obsolescencia digital.

II

Suena varias veces seguidas mi celular, anunciando que entraron mensajes. Abro WhatsApp y es mi papá que ha compartido cuatro fotos. Me detengo en una. En la imagen hay una mujer joven, casi de perfil, que no mira a la cámara. Lleva el cabello corto, lentes oscuros, un suéter blanco abierto al centro dejando ver una blusa roja. Es mi madre. Hoy tengo más años que los que ella ostenta magnífica en ese click. El tiempo arrasa con nosotros cada vez que nos mira desde las fotografías.

En el poema «Edades», José Emilio Pacheco escribe: «Y entonces se descubre en un cajón olvidado / la foto de la abuela a los catorce años (…) ¿En dónde queda el tiempo, en dónde estamos? / Esa niña / que habita en el recuerdo como una anciana, / muerta hace medio siglo, / es en la foto nieta de su nieto, / la vida no vivida, el futuro total, / la juventud que siempre se renueva en los otros. / La historia no ha pasado por ese instante. / Aún no existen las guerras ni las catástrofes / y la palabra muerte es impensable».

Pienso entonces en la imagen de perfil que tiene una amiga desde hace un par de semanas. Está con su hermana mayor, ambas son unas niñas, y ella está sentada sobre el león de piedra del Parque Zoológico del Centenario. La foto tiene más de cincuenta años «y la palabra muerte es impensable» para ese par de hermanas que serán eternas en el instante sepia que las une en rasgos y pura sonrisa.

III

Hay fotos en las que podemos pasar minutos contemplando una cara, un lugar, un momento. Reflejan lo que almacenamos en el alma, lo que enmarcamos amorosamente en la memoria. Son lo que nos importa. Lo que amamos. Las hacemos grandes y las ponemos donde podamos verlas para acompañarnos siempre de ese fragmento de vida.

Por eso las fotografías son lugares para regresar. Son íntimos puntos de encuentro, relámpagos de segundos que anhelamos que permanezcan con fijador, sin desvanecerse, un rincón para regresar cuando se esté lejos, cuando los años hayan pasado, tablones que nos salven del naufragio en el inmenso, hambriento e implacable mar del tiempo.

Publicado en el Diario de Yucatán.