Fotografía del Diario de Yucatán. |
Por Addy Góngora Basterra.
Borboleta, papillon, butterfly, schmetterling… hasta para nombrar «mariposa» hay belleza en el idioma que se quiera pronunciar. ¿Qué las ha hecho gozar de tan buena aceptación humana entre tantos animalitos flotadores? ¿será el prodigio de sus alas, la variedad, el tamaño compacto e inasible, la inofensiva libertad de su aleteo? En su danza irregular garigolean el aire con una estela que, de poderse leer, se dibujaría como caligrafía árabe, porque estos lepidópteros son arte decorativo al vuelo.
De niña pensaba que a las mariposas no les gustan los aguaceros y que pasan volando en tropel, huyendo. Saqué mis inocentes deducciones porque, siempre que veía muchas, más tarde se caía el cielo. Varios años después «lo confirmé» desde mi salón de clases en la Universidad Modelo, cuando vi mariposas adornando la tarde. Las confundí con cenizas. Pensé que algo se quemaba y que el viento arrastraba pedazos de incendio. Pero no. Era la movediza estampa de una colonia de mariposas en estampida, lo supe cuando horas después se desató una tormenta. Entonces comprendí: las mariposas son el presagio de la lluvia.
Desde hace más de una semana he visto con fascinación cómo atraviesan calles, patios, avenidas y la feliz ventana de mi tercer piso que sirve como visor para el espectáculo de estos seres que parecen papelitos. Qué cosa tan bonita. No recuerdo algo similar. El otro día intenté contarlas… una, tres, cinco, nueve, doce, diecisiete. «A buena hora se aparecen», pensé, reconociendo su visita no como casualidad. Porque a seis meses de iniciar un impredecible dos mil veinte, las mariposas recuerdan lo inevitable: todo pasa, todo migra, todo se transforma. La naturaleza, como es poeta, nos lo dice a su manera: soy el aleteo sutil de la metamorfosis. Mientras «pasar hacen», pienso en la hermosura de su incontable trayecto horizontal —una, tres, cinco, nueve, doce, diecisiete— y traté de imaginar otro deleite del aire: ver la nieve cayendo vertical.
Aunque nunca he visto nevar, me imagino la caída de los copos como algo hipnótico. Sentí lo anterior hace unos días al ver una escena de la película “Victoria y Abdul”. La reina toma de la mano a su adorado Munshi, sabiendo que pronto morirá. En un perfecto y emocional punch cinematográfico, la naturaleza subraya lo evidente: Victoria ha entrado al crudo invierno de la vida y… empieza a nevarle encima. Creo que así nosotros, en este veranito inusitado, tenemos nuestro punch cinematográfico en la vida real… una migración nos atraviesa… ¿qué significado dar? Sincronización perfecta. A mitad de semana arrancó el segundo semestre, la segunda parte de un año que le marcará el tiempo al tiempo: ¿qué más necesitamos para darnos cuenta que estamos en tiempo de cambios?
Se dice que siempre experimentamos lo que sucede desde un «punto de vista», pero tal vez ahora tenemos la oportunidad de «ver y ser» desde un nuevo «punto de vida», reconociendo que en la migración de un semestre a otro se nos fueron quedando orugas. Se avecina la metamorfosis personal, lo más probable es que a muchos se nos presente como un proceso incómodo, absolutamente necesario y natural. La paradoja de nuestro tiempo es que el miedo que nos ha puesto frente a frente el covid-19 es a morirnos… pero… ¡hay tanta gente que tiene miedo de vivir lo que realmente quiere y necesita vivir!
Por eso, viendo a las mariposas, pienso que los desafíos de la metamorfosis están en reaprender a relacionarnos de una mejor manera con nosotros mismos, con nuestros cuerpos y con el mundo, con la naturaleza y, muy especialmente, con nuestra mente. Vivir lo que necesitamos y merecemos ser. Una pandemia —como tantas ha habido y como otras habrá— nos ha sacudido relaciones, empleos y familias, todo lo que considerábamos cierto y seguro: «Aquello que para la oruga es el fin del mundo, para el resto del mundo se llama mariposa», dicen que pensó Lao-Tse.
Borboleta, papillon, butterfly, schmetterling… esta migración nos refrenda una gran verdad: la vida se trata de movernos y avanzar… ¿a dónde? Hacia una mejor versión. Por eso las mariposas gozan de tan buena reputación, porque la historia de su vida —¿lo será la nuestra?— es la de una increíble y necesaria transformación.
Publicado en el Diario de Yucatán.