La fábrica del futuro



Por Addy Góngora Basterra.

I


Serena Williams nunca olvidará el sábado 7 de septiembre de 2019. Recordará cómo una canadiense de 19 años, incipiente leyenda en el tenis de mujeres, desplegó su talento deportivo en dos sets para coronarse en el US OPEN.

Aquel sábado fue evidente el desconcierto de quien acostumbra arrasar con sus rivales. Ansiedad y lenguaje corporal delataron lo que la mente anticipaba: la derrota. Serena desesperada. Ella parecía la novata y no Bianca Andreescu, quien jugó su primer Grand Slam y lo ganó: ¡el sueño de cuántas jóvenes empuñando una raqueta! Bianca construyó mentalmente ese momento desde los diez años, “algún día jugaré contra ella y podré vencerla”, pensaría posiblemente tras ver los partidos de la Williams. Con ferocidad, determinación y estrategia, lo logró.

II


He estado pensando en el futuro. Que las parejas se unen para forjar futuro; que invertimos en fondos de ahorro por seguridad para el futuro; que aceptamos trabajos por beneficios a futuro. Y sin embargo, a veces me parece que esa palabra «futuro» resbala por un tobogán laaaaaaaaaaaaaaaaaaargo y retorcido que se va lejos, muuuuuuuy lejos y ¡s p l a s h! , por allá queda hecho partículas a las que el tiempo da coherencia.

Pero siempre llega, y tal vez nunca como ahora habíamos sido tan conscientes de la importancia de tenerlo asegurado. Jugando con la idea me pregunté: «si el futuro fuera un objeto, ¿qué sería?». Me imaginé un ancla. Un ancla hacia adelante, algo que nos mantiene firmes y nos estructura, algo que sabemos que ahí está: un compromiso en la agenda, la compra de una propiedad, un viaje anheladísimo.

Entonces recordé cuando, hace unos años, un grupo de amigas tuvo un percance en el mar: el motor de la lancha donde paseaban se descompuso. Por la profundidad, el ancla no llegó al fondo y no tuvo donde atorarse. Estuvieron a la deriva, el viento cambió, veían cada vez más y más cerca el muelle de Progreso… hasta que se estrellaron contra los yacses. Descalzas y en traje de baño, a esas piedras deformes y astilladas saltaron una por una, valientemente aterradas, poniéndose a salvo con decisiones tomadas a tiempo. Con el golpe frenético el casco se cuarteó, inundó y se hundió. Hoy pienso al futuro como al ancla de esa lancha flotando sin ton ni son.

III


Horas le he dado vueltas a una frase que Virginia Woolf escribió en su diario: "El futuro es oscuro, que es lo mejor que puede ser el futuro, creo". Me desconcertó a primera lectura eso de “futuro oscuro” y creo entender por qué. Uno siempre espera que el futuro sea luminoso, brillante. Que esté ahí esperándonos, erguidito y educado, caballerosamente. Pero el futuro no existe. Por eso la incertidumbre dominante de las últimas semanas, porque no sabemos lo que va a pasar, porque lo que teníamos claro, ya no lo está —la fecha de la boda, el itinerio de vuelos, el pactado encuentro, la cumbre de negocios, la feria del libro, la rutina acostumbrada, los tantos proyectos— y de abrupta manera, esta década nos recuerda que el futuro es eso que todos los días —como individuos, como pareja, comunidad y nación— vamos imaginando y construyendo.

Tal vez la realidad quiere advertirnos que el futuro oscuro nos presenta oportunidades de creación y renovación, una oscuridad entendida como el espacio donde suceden hechos poderosos: de noche imaginamos, de noche hacemos el amor, de noche descansamos, de noche decidimos, de noche reconfiguramos.

Posiblemente, cuando amanezca, esa oscuridad nos habrá permitido reconocer que no queremos pasar más tiempo en el trabajo actual, que ni la S.A.P.I de C.V ni los posibles socios nos convienen, que nuestro matrimonio hace tiempo que dejo de serlo, que ese amor es impostergable y nos lo merecemos, que debemos darnos tiempo para lo que nos gusta, que nuestra casa, así como está, es el mejor lugar, que han sido absurdos los años sin reconciliación, que las decisiones de hoy cimientan la vida de mañana.

Si le entendí bien a Virginia Woolf, tiene razón: si ese futuro oscuro nos permite encontrar luz, puede ser el mejor futuro.

IV


Cuando recordé la entereza y confianza con la que Bianca Andreescu salió a la cancha, pensé una vez más en la gran metáfora de la vida que es el tenis. De aquella final, el aprendizaje fue reconocer que —si bien el juego de Andreescu fue exquisito—, Serena Williams se venció a sí misma mentalmente. Cuando el ancla de su talento y la fuerza innegable de su cuerpo no encontraron fondo y se sintieron a la deriva, cesó la seguridad y se hundió en el marcador que coronó a su oponente.

Cada quien sabrá cuál es su futuro oscuro y llevarlo a la cancha de su talento. Punto por punto y día por día, en los estadios de la vida nuestras decisiones fabrican lo que somos, exigiendo nuestra consciente y mejor jugada para con destreza forjar el porvenir.

Publicado en el Diario de Yucatán.