"Quema" de Ariadna Castellarnau

Alejandro Álvarez Nieves, Ariadna Castellarnau y Mayra Santos-Febres. Foto ©Letranías. El martes 29 de noviembre de 2016 en la #FILGuadalajara30 se presentó el Premio de las Américas 2016, convocado por el Festival de la Palabra en San Juan de Puerto Rico. La ganadora fue la novela "Quema" de la escritora española Ariadna Castellarnau. Al respecto, compartimos la siguiente reseña.
Por Alejandro Álvarez Nieves, Ph.D. (*)

En Quema, el mundo está al borde de la inexistencia, pero no sabemos por qué agoniza. Es un mundo familiar, de fácil reconocimiento, como el nuestro, un espacio a punto de la extinción. Se han acabado las religiones, la política, las ciudades, las ruralías. El ser humano se ha limitado a agotar lo poco que queda en resignarse a lo inevitable. Los espacios urbanos han sido saqueados, las ruinas son presa de la violencia, son centros de almacenamiento de conservas en las últimas, humanos escondidos en antiguos hoteles o casas de campo de familia, sociedades distópicas que basan su existencia en la disciplina por sobrevivir y en los defectos físicos, sólo para arañar algo de lo que queda. Ante la inminente muerte de la humanidad, la novela nos relata la historia de mujeres ante la ceniza. El mundo se ha quemado y lo que impera es el mal.

Quema es una novela breve dividida en relatos sucesivos que muy bien podrían funcionar por sí mismos, pero que, a su vez, componen una historia, una trenza de relatos en las que el tiempo está dislocado en una serie de personajes y contextos que nos llevan por un ambiente catastrófico: es como si todo el planeta se hubiera quemado. Así, la “quema” que da título a la novela puede funcionar en varios niveles. El primero es el más evidente: la naturaleza de un mal que catapulta el fin del mundo ha provocado que los personajes recurran al fuego para borrar de la mente aquel mundo recién caído. La quema como purga, como antídoto al recuerdo de lo doloroso. El instinto de supervivencia para recordar que se vive en el fin de los tiempos. Un segundo nivel de la quema es la que ya ha ocurrido, es como si la misma fibra del mundo que conocemos se haya quemado, y lo que nos presenta la autora es lo que queda: han ardido las religiones, la política, las sociedades, las telecomunicaciones, el comercio, las modas, todo se ha consumido en sí mismo en función de un mal que nunca se revela. Es como si el lector leyera los trozos del mundo que ha sobrevivido a la hoguera, pedazos que, a su vez, nos dan la sensación de que no se salvarán del crisol del fuego. Hay quizás un tercer nivel de quema en la novela que tiene que ver con su propia estructura. La novela es una serie de relatos que no siguen una secuencia lineal, sino que tiene varios disloques espacio-temporales, que la autora en laza de forma mínima con mucha maestría. En este sentido, el lector se enfrenta a un texto “quemado” desde el punto de vista metalingüístico, como si, de nuevo, los relatos fueran los pedazos sobrevivientes de la quema de la propia novela. Quizás esta dimensión del fuego abre un cuanto nivel, que se deriva directamente de esta última: el lenguaje. La economía de la prosa de Ariadna Castellarnau en Quema responde a una economía de la palabra absolutamente impecable, como si las propias palabras hayan sido reducidas y purificadas por el fuego. Así, la novela no se detiene en explicar ni en divulgar sobre las causas de la catástrofe humana, el merodear en busca de un porqué, sino que va directamente a presentarnos la situación límite: la exploración de diferentes dimensiones de la mujer ante el fin de la humanidad.


Aquí es que hallamos el valor de esta novela. En vez de reflexionar el apocalipsis inminente, la autora nos presenta los aspectos más cotidianos de la humanidad en espacios de verdadera desesperación ante la carencia. Mueve los personajes, los pone a actuar, a reaccionar, a tomar decisiones dentro de los contextos humanos más tradicionales: una mujer embarazada de una criatura en un mundo en que impera el hambre, una mujer que entrega a su hija con defectos físicos para sobrevivir, las parejas que se forman por la necesidad de compañía, una mujer que defiende su finca sin importar los grados de crueldad que ello suponga, una joven que vive con un hombre mucho mayor que ella cuya madre ha decidido ahogarse antes de enfrentar el fin del mundo, mujeres que queman en pilas rodas las pertenencias de sus hombres que han muerto. Todo ocurre sin más, el fuego no da espacio para reflexiones. Es el lector quien ha de aportarlas. Todos pululan entre fogatas, filas para comida, una isla helada, grupos de rezadores (los pocos que quedan y que piensan que el orden se reestablecerá), un grupo de “intachables” que parece intentar un nuevo orden, pero que son dominados por los imperfectos, un reino de personas con defectos físicos que parece dominarán lo que queda.


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El galardón distingue al mejor libro de narrativa publicado en español el año anterior, que esta edición coincide con que se trata de un debut literario.
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No quisiera cerrar esta reseña sin dejar en el tintero un aspecto que me parece fundamental. Aunque la novela claramente nos lleva por un mundo agonizante, Quema es una novela enfocada en la mujer. Es como si los hombres, su poder, su dominio, el estereotipo del varón, también se hayan quemado. Los pocos que quedan han perdido la hombría o el fuego les ha revelado su vulnerabilidad, como es el caso de la pareja de Rita; otros más bien se valoran por ser héroes deshumanizados, como en el caso de Rudo; otros son héroes en decadencia, como el Galés.

Las mujeres, sin embargo, son las verdaderas heroínas de esta historia. Rita sobrevive con una criatura que se mueve en su vientre en un mundo insostenible, está destinada a ser la madre del hambre si se quiere, y hará todo lo posible por sobrevivir. La reina de los imperfectos perdió la pierna mientras busca comida para su hija, pero ahora es la reina en un mundo en el que los desperfectos sociales reinarán el remanente de la humanidad. La hija a la que quieren dejar en el reino a cambio de vivir bien en la catástrofe se enoja con su madre y le exige que la deje entre los imperfectos. Lux, la dueña de la finca La Trigra, defiende su territorio como lo pudiera hacer cualquier terrateniente poderoso, como una felina sin el matiz sexual. Es la deshumanización total, la bestia, un rol poderoso que suele adjudicarse al varón. Las múltiples referencias a mujeres como animales —gallinitas, peces, monos, fieras— apunta a que la mujer también se asume animal al deshumanizarse. La amiga de Lux, Maia, ha llegado allí pues no puede soportar que las mujeres de su familia se remitan a quemar sus pertenencias, y las de sus maridos, y resignarse a lo que venga. La joven que vive en una isla con el Galés busca en la madre un espejo para la supervivencia hasta que este se hace añicos cuando ella se entera que el ahogamiento de su madre en el lago no fue un suicidio. En fin, la novela trastoca las dimensiones del rol social que asumen las mujeres en el mundo de hoy después de la quema, invierte y problematiza la cotidianidad de las mujeres, quizás incluso en las facetas de una sola mujer, que son todas a la vez.

No podemos dejar de pensar en Quema sin plantear una reflexión profunda de los espacios de la mujer en contextos catastróficos. ¿Qué hacen las mujeres cuando el mundo de los hombres se ha quemado? ¿Cuánto de ellas se quema con ese mundo? ¿Cuánto sobrevive? ¿Hay espacios para nuevos contextos femeninos? Los invito a leer Quema, Premio Las Américas 2016, para trazar la ruta a una respuesta.


Alejandro Álvarez Nieves, Ph.D.
Coordinador del Comité de Escritores
Salón Literario Libroamérica en Puerto Rico
Productores del Festival de la Palabra
comite.de.escritores.sllpr@gmail.com

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Sobre Ariadna Castellarnau (1979).


Es licenciada en letras, periodista y escritora. Nació en España pero está radicada en Buenos Aires. Escribe para Radar (Página 12) y el suplemento de cultura del diario Perfil. Sus cuentos han aparecido en las antologías Panorama Interzona (Interzona) y Extrema ficción (Antologías Traviesa). Quema es su primera novela.