El siguiente fragmento pertenece al libro "Como una novela" de Daniel Pennac, escritor francés nacido en Marruecos. |
Yo le pregunto:
—¿Te leían historias en voz alta cuando eras pequeña?
Ella me contesta:
—Jamás. Mi padre viajaba con mucha frecuencia y mi madre estaba demasiado ocupada.
Yo le pregunto:
—Entonces, ¿de dónde te viene ese gusto por la lectura en voz alta?
Ella me contesta:
—De la escuela.
Contento de oír que alguien reconoce un mérito a la escuela, exclamo, lleno de alegría.
—¡Ah! ¿Lo ves?
Ella me dice:
—En absoluto. En la escuela nos prohibían la lectura en voz alta. La lectura silenciosa ya era el credo de la época. Directo del ojo al cerebro... pero, de vuelta en casa, lo releía todo en voz alta.
—¿Por qué?
—Para maravillarme. Las palabras pronunciadas comenzaban a existir fuera de mí, vivían realmente. Y, además, me parecía que era un acto de amor. Que era el amor mismo. Siempre he tenido la impresión de que el amor al libro pasa por el amor a secas. Acostaba a mis muñecas en mi cama, en mi sitio, y yo les leía. A veces me dormía a sus pies, sobre la alfombra.
¡Extraña desaparición la de la lectura en voz alta! ¿Qué habría pensado de esto
Dostoievski? ¿Y Flaubert? ¿Ya no tenemos derecho a meternos las palabras en la boca antes de clavárnoslas en la cabeza?¿Ya no hay oído? ¿Ya no hay música? ¿Ya no hay saliva? ¿Las palabras ya no tienen sabor? ¡Y qué más! (…) ¡Venid a soplar en nuestros libros! ¡Nuestras palabras necesitan cuerpos! ¡Nuestros libros necesitan vida!
(…)
El hombre que lee en viva voz se expone absolutamente a los ojos que lo escuchan. Si lee realmente, si pone en ello su saber controlando su placer, si su lectura es un acto de simpatía tanto para el auditorio como para el texto y su autor, si consigue hacer entender la necesidad de escribir despertando nuestras más oscuras necesidades de comprender, entonces los libros se abren de par en par, y la multitud de los que se creían excluidos de la lectura se precipita detrás de él.
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