Fernando del Paso y Juan Villoro en la FIL Guadalajara. |
Publicado en Reforma.com
Conocí a Fernando del Paso cuando era diplomático en París y admiré que extendiera su estética a la ropa: traje de tres piezas, calcetines rojos y una corbata que parecía diseñada por Joan Miró. En materia de gastronomía también privilegiaba las mezclas audaces y lograba que no fueran contradictorias. Con la complicidad de Socorro, su compañera de vida, convirtió sus emociones en guisos y las registró en un libro destinado a recibir el redundante adjetivo de "sabroso": Douceur et passion de la cuisine mexicaine.
Un amigo que lo visitó en los años setenta, cuando trabajaba en la BBC de Londres, se sorprendió al verlo dibujar con las dos manos al mismo tiempo. Durante una pausa en las grabaciones, el escritor que sobrevivía como guionista llenó una página de plantas, túneles, sombreros de copa y seres imaginarios que transmitían una inconfundible felicidad.
La obra narrativa de Del Paso parece creada de ese modo: un tapiz concebido con nítido detalle y con la originalidad de quien, disponiendo del virtuosismo de la mano derecha, también se da el lujo de usar la izquierda.
Los méritos del dibujante se han colado a una copiosa narrativa que le debe mucho a los atributos visuales. Además, estamos ante un artista de la "larga duración". Como Thomas Mann, Del Paso no se contenta con echar un primer vistazo. Su método de trabajo recuerda al de los antiguos balleneros que zarpaban durante siete años y regresaban a puerto convertidos en otras personas. Fue el tiempo que le llevó escribir su primera novela, José Trigo. Ubicada en el barrio ferrocarrilero de Nonoalco, esta singular pieza narrativa tiene como protagonista absoluto al lenguaje. El autor que había velado sus primeras armas en Sonetos de lo diario demostró ser aún más poeta en prosa.
Fiel a su estrategia de entender el texto como un sitio al que se emigra, tardó doce años en publicar su siguiente novela, la excepcional Palinuro de México. Visión a un tiempo descarnada y humorística del país, metáfora del 68, lección de anatomía, viaje por las islas de la publicidad, indeleble estampa de la Plaza de Santo Domingo, esta obra inagotable es, ante todo, una enciclopedia viva del idioma. Como en José Trigo, el lenguaje se celebra a sí mismo, pero aquí lo hace con singular desmadre.
La erudición de Del Paso nunca ha dejado de estar al servicio de las tramas y los personajes. Para conocer la conducta de una flor es capaz de leer una biblioteca de botánica. Lo importante es que oculta sus lecturas y cultiva la planta entre sus páginas para que arroje su inconfundible aroma. Eso sí: jamás se conforma con una planta. Creador compulsivo, necesita una serie, un linaje, una genealogía. Su obra ha crecido como una selva tan exuberante, rítmica y colorida que parece regada por Carlos Pellicer.
En Palinuro de México diserta acerca del cuerpo humano con la destreza del alumno de medicina que memorizó el Testut y en Noticias del Imperio recrea los tiempos de Maximiliano de Habsburgo en el país donde creyó que era bienvenido. Ninguno de estos libros podría haberse escrito sin un complejo andamiaje de conocimientos, pero no los leemos como triunfos de la pedagogía sino como ilusiones de vida.
Es difícil que un prosista de aliento poético se resista al monólogo interior, donde la asociación libre de ideas se guía por la entonación y las emociones, sin atender a las exigencias de la anécdota. Noticias del Imperio es, ante todo, la voz de Carlota, la "loca de la casa", pariente lejana de Molly Bloom.
Después de tres titánicas novelas, Del Paso escribió una divertida pieza policiaca, Linda 67, y una crónica de excepcional generosidad: Memoria y olvido. Vida de Juan José Arreola. Dotado de un talento verbal inaudito, el autor de Confabulario hacía literatura instantánea que a veces quedaba en la mente de sus escuchas y otras se disipaba con el viento. Cautivo de la televisión, Arreola comenzó a pasar más tiempo ante las cámaras que ante la página. Su prodigiosa obra parecía agotada hasta que Del Paso entró en escena y pidió que le contara su azarosa vida. El resultado fue una obra maestra del testimonio.
Por lo que llevo dicho, resulta obvio que estamos ante un personaje de temple cervantino, al que le sobran motivos para convertir la más parda realidad en desaforada invención. Por si quedaran dudas, Del Paso dedicó un libro ejemplar al fundador de la literatura moderna: Viaje alrededor de El Quijote.
Con justicia poética, el inventor de selvas acaba de ser distinguido con el Premio Cervantes.