PREÁMBULO A LAS INSTRUCCIONES PARA DAR CUERDA AL RELOJ
Piensa en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire. No te dan solamente el reloj, que los cumplas muy felices y esperamos que te dure porque es de buena marca, suizo con áncora de rubíes; no te regalan solamente ese menudo picapedrero que te atarás a la muñeca y pasearás contigo. Te regalan —no lo saben, lo terrible es que no lo saben—, te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo pero no es tu cuerpo, que hay que atar a tu cuerpo con su correa como un bracito desesperado colgándose de tu muñeca. Te regalan la necesidad de darle cuerda todos los días, la obligación de darle cuerda para que siga siendo un reloj; te regalan la obsesión de atender a la hora exacta en las vitrinas de las joyerías, en el anuncio por la radio, en el servicio telefónico. Te regalan el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga al suelo y se rompa. Te regalan su marca, y la seguridad de que es una marca mejor que las otras, te regalan la tendencia a comparar tu reloj con los demás relojes. No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj.
La idea de medir el tiempo es tal vez uno de los grandes consensos que tenemos los seres humanos, aunque el cómo y cuándo no sea exactamente el mismo.
Para unos vivimos en el año 2015; para otros en el 4713. En el calendario chino el año puede tener doce o trece meses y entre 353 y 385 días; para nosotros el año tiene doce meses y 365 o 366 días. Para los mayas el tiempo se cuenta en ciclos de trece meses de veinte días cada uno, haciendo 260 días un año. Así, unos vivimos en el d.C. cuando otros han vivido en el a.C.
¡Vaya perspectiva!
Aún en estas distintas concepciones el tiempo nos construye. Es a través de él que la vida tiene un comienzo y un final –para algunos la verdadera vida empieza después de la muerte y para otros más sólo reencarnamos– la dota de ciclos, etapas, momentos y secuelas a corto y largo plazo.
Si el concepto de tiempo nos construye en ¿qué nos convierte?
El sustantivo tiempo no es inocente, es una palabra a la que le hemos dado más propiedades de las que le “corresponden”. No es un sustantivo neutral que sólo se refiere a algo; define el principio y el fin de las cosas, lo que es pasado y lo que es presente; además tiene efectos sobre nosotros si actúa como “adjetivo” o como “verbo”.
Como adjetivo, el tiempo nos califica; nos hace viejos o jóvenes, también nos vuelve puntuales, irresponsables, inconformes, resignados y obsesivos. Además, es una manera de juzgar lo que hacemos señalando lo que es correcto y lo que es incorrecto –por ejemplo cuando algo sucede en el momento adecuado– dicta lo que es real porque es duradero y permanece, y lo que es banal porque es efímero.
Como verbo, nos pone en acción, ya que nos hace apresurar o retrasar decisiones a fin de cuidarlo –carpe diem– cuando tomamos conciencia de la vida y la muerte; nos hace comprar, ahorrar, asegurar, proyectar para proteger el futuro; cuando algo ocurre a destiempo nos hace detenernos y reflexionar; cuando sentimos que el tiempo se nos va, hacemos lo correcto estudiando, pagando, y a veces teniendo hijos.
El tiempo es tan relativo –¡el tiempo dirá!– como categórico –¡aquí y ahora!–; es tan cruel –¡se acabó tu tiempo!– como divertido –¡hay más tiempo que vida!– Pero ya sea como sustantivo, verbo o adjetivo, el tiempo nos configura a vivir en el momento adecuado con las tareas precisas y las acciones esperadas.
¡Ya ni decir del tiempo como adverbio! Pues entonces nos hará buscar inútilmente, soñar intensamente y tal vez amar desesperadamente.
¿Te has parado en la línea del meridiano de Greenwich jugando a estar en el pasado y en el presente o en el presente y el futuro, dependiendo de cómo lo quieras mirar?
@DoraAyora
REFERENCIA
- Cortázar, J. (2000) PREÁMBULO A LAS INSTRUCCIONES PARA DAR CUERDA AL RELOJ. Historias de Cronopios y de Famas, Alfaguara. p. 12.