La mirada prodigiosa del #StreetArt




Por Addy Góngora Basterra

¿Por qué hay quien, en una pared descascarada, puede ver a un jinete montado en un caballo de rodeo… o en el barandal de una escalera a una bailarina de ballet haciendo estiramientos? ¿Por qué unos ven algo que aparentemente es tan evidente y otros no vemos nada más que un muro desmoronándose y una barra de metal para apoyar la mano? Siempre pienso en lo anterior cuando veo alguna obra de Arte Urbano, la creatividad que conlleva y la forma en la que se apropia de espacios muertos para embellecerlos.

En México, el colectivo Lapiztola tiene su escenario en calles de Oaxaca. Una cosa es vandalismo y otra cosa es lo que hace éste grupo. Con graffiti y stencils han resignificado cualquier superficie posible de intervenirse artísticamente. Nos recuerdan que para la hermosura basta imaginar y saber combinar blanco y negro. En diferentes partes del mundo, quienes han enarbolado el #StreetArt como forma de expresión pública, son también poetas visuales: nos regalan metáforas. Pienso, por ejemplo, en el artista británico Banksy y su famoso stencil donde un globo —en forma de corazón— se le escapa a una niña. Ella estira la mano. No lo alcanza. Sólo observa como el globo se aleja. Yo también lo miro y pienso en el poema “Papalote” de la campechana Briceida Cuevas Cob: “El recuerdo / es un papalote./ Poco a poco lo sueltas,/ disfrutando su vuelo./ En lo más alto / se rompe el hilo de tu memoria / y te sientas a presenciar / cómo lo posee la distancia.” ¿Qué se le está yendo a esa niña cuando se le va el globo? ¿Qué se me va a mí y qué siento, a quién siento? ¿Qué se te va a ti, qué y a quién sientes? Cada quien tendrá una respuesta diferente y le atribuirá significado. Esa es la riqueza del arte y la delicia de volverlo urbano: vamos caminando o al volante cuando de pronto una imagen nos distrae y… nos hace pensar, reflexionar, recordar. Ahí, a media calle, en esquinas y rincones de ciudad, al aire libre, a nuestro alcance. Es cierto que no todos tenemos talento para ser artistas y crear en un tris tras una obra —como es el caso del Arte Urbano, que al ser ilegal debe realizarse rápido—, pero lo que sí es cierto es que todos tenemos emociones, somos susceptibles a las mareas del amor. Nos apasionamos y comprometemos, pero la vida con sus vueltas nos sorprende y descubrimos que nos han dejado de amar ¡ay! Digo esto porque es ¿gracias? al torbellino de la vida que no solamente “miramos” una obra: la sentimos. La vivimos. La adoptamos. “Dime cómo amas y te diré quién eres”, escribe Dominique Simonnett en el prólogo de su libro “La más bella historia del amor”. Uf. ¿Quién seré? ¿Quién serás? ¿Quiénes somos? Todo eso he pensado al ver a la niña observando el globo que se le ha ido de las manos.

¿Qué hay que tener tras los párpados para soñar imágenes, por qué unos ven lo que ven? ¿Por qué a unos se les ocurre y a otros no? ¿Dónde se obtiene ese aderezo de creatividad que unos llevan mágicamente en la mirada, logrando ver belleza donde aparentemente no hay nada? ¿Cómo se aprende a mirar distinto? ¿Basta con prestar atención a los detalles mezclando creatividad y talento? ¿Qué tuvo que ocurrir para que Joshua Allen Harris, por ejemplo, viera un oso polar o un perro en una bolsa de basura? Éste chico logra esculturas efímeras con bolsas atadas a las rejillas del metro en Nueva York. Como la falda de Marilyn Monroe, éstas se elevan al paso del tren con los vientos que provoca, formando figuras.

Paredes, papeles, objetos, todo está lleno de seres esperando surgir de la imaginación de alguien. Así como en las cuevas de Altamira los artistas del Paleolítico Superior usaron los relieves de las piedras para darle profundidad a los bisontes, así hoy, alrededor del mundo, hombres y mujeres aprovechan relieves sociales y políticos en fragmentos de ciudad para cambiar la perspectiva de una superficie pero, fundamentalmente, la perspectiva de nuestra humanidad.

@letranias