De Konstantino Kavafis, poeta griego.
[Traducción de Christian Rivero].
La opulenta casa tenía en la entrada
un gran espejo muy antiguo,
comprado por lo menos hace ochenta años.
Un joven hermosísimo,
empleado de sastre
(atleta aficionado los domingos),
se presentó con un paquete.
Se lo dio a alguien de la casa
y éste lo llevó dentro para traer el recibo.
El empleado de sastre se quedó solo y esperó.
Se acercó hacia el espejo,
mientras se miraba se arregló la corbata.
Después de cinco minutos le trajeron el recibo.
Lo tomó y se fue.
Pero el espejo antiguo que había visto y visto,
durante su existencia de tantos años,
millares de cosas y rostros,
el espejo antiguo ahora se alegraba
y se jactaba porque había recibido sobre sí
la belleza perfecta durante algunos minutos.