Julio Cortázar (26 de agosto de 1914 - 12 de febrero de 1984) |
Por Addy Góngora Basterra
Martes veintiséis de agosto de dos mil catorce. Hoy se conmemoran cien años del nacimiento de Julio Cortázar, ese argentino de inmensa estatura y destreza literaria que me sedujo de manera tal que aprendí a amar el español, a leerlo, a querer escribirlo.
Qué mejor que compartir con otros las palabras de este cronopio que con su escritura me cambió la vida al incitarme a descubrir esa parte literaria y creativa que hay en mí. ¿Cómo se le paga eso a alguien? Estoy llena de gratitud hacia Cortázar, me adueñe de él de tal manera y lo siento como algo tan mío que una de sus fotografías está enmarcada y puesta en el librero del estudio de casa de mis papás, una imagen que simplemente imprimí en una hoja papel bond en mis años de universidad. Ahí está Julio a blanco y negro con un cigarrillo entre los labios, como se tiene la foto de un amigo o un familiar, alguien muy querido que acompaña apaciblemente tras un cristal.
En el transcurso del día las redes sociales han tenido una avalancha de publicaciones con su nombre, enlaces a sus obras, fotografías, citas, anécdotas. Me uní al cortejo compartiendo en la cuenta que Letranías tiene en Facebook y Twitter algunos enlaces a entradas anteriores del blog. Además, desde ayer eché a mi bolso "Historias de cronopios y de famas" y "Rayuela" para compartir con mis alumnos, al inicio de las sesiones de clase, algunos fragmentos y cuentos breves a modo de celebración.
Ahora que ha caído la noche y que he concluido mis compromisos de trabajo, vengo a este espacio para compartir algo de Julio, del Cortázar poeta que descubrí una tarde de mil novecientos noventa y nueve... No me des tregua, no me perdones nunca, así empieza el poema "Encargo" que en el dos mil cinco me llevó por librerías de Buenos Aires a buscar el libro de poesía "Salvo el crepúsculo", que felizmente hallé en un estante de la calle Corrientes y que aquí tengo junto a mí, amuleto y testigo de esos años bonaerenses que vivo todos los días con nostalgia.
Este es mi pequeño homenaje al hombre que tanta dicha, buenos amigos y buenas conversaciones me ha dado.
Algún día iré a París y me lo encontraré.
Encargo
No me des tregua, no me perdones nunca.
Hostígame en la sangre, que cada cosa cruel sea tú que vuelves.
¡No me dejes dormir, no me des paz!
Entonces ganaré mi reino,
naceré lentamente.
No me pierdas como una música fácil, no seas caricia ni guante;
tállame como un sílex, desespérame.
Guarda tu amor humano, tu sonrisa, tu pelo. Dalos.
Ven a mí con tu cólera seca de fósforo y escamas.
Grita. Vomítame arena en la boca, rómpeme las fauces.
No me importa ignorarte en pleno día,
saber que juegas cara al sol y al hombre.
Compártelo.
Yo te pido la cruel ceremonia del tajo,
lo que nadie te pide: las espinas
hasta el hueso. Arráncame esta cara infame,
oblígame a gritar al fin mi verdadero nombre.
Julio Cortázar.
París, 1951/1952.