Gabriel García Márquez (1927 - 2014) |
Es inevitable: el olor de las almendras amargas me recuerda siempre el inicio de un libro de Gabriel García Márquez.
El primer libro suyo que leí no fue “Cien años de soledad”, sino “El amor en los tiempos del cólera”. Puedo evocar, con memoria fotográfica, los diferentes lugares en los que estuve sentada y tumbada leyéndolo, así como también sé exactamente en dónde estaba cuando leí la última página, llenándome de euforia la última frase y queriendo a los personajes como si fueran algo mío. También recuerdo, algunos años antes a esa lectura, una tarde en la librería Dante de Prolongación Montejo donde un novio lector me leyó en voz alta un fragmento: Florentino Ariza tocando el violín a favor del viento para que llegara mejor a los oídos de Fermina Daza.
Este jueves santo 17 de abril he revivido ese momento porque estando en un estacionamiento, poco antes de bajarme del auto, escuché por la radio la noticia de la muerte del Gabo. He pensado desde entonces… ¿qué perdemos cuando muere alguien que escribe? ¿qué se desvanece de nosotros cuando muere alguien a quien nos gusta leer? Todo y nada, porque los párrafos y párrafos por los que conocimos a esa persona siempre nos acompañarán, pero también perdemos todo, porque esa mente capaz de idear personajes y situaciones que en algún momento nos hicieron mejor la vida, ya no continuará dándonos ese regalo único de narrar lo cotidiano de una manera inigualable que de tanta hermosura se antoja memorizar.
Qué invento entrañable y fantástico es la literatura; libros y frases son extrañas y misteriosas cajas de papel donde guardamos recuerdos, momentos congelados en el tiempo, atrapados entre páginas y capítulos. Por eso, aunque nunca conocí al Gabo, aunque nunca estuve siquiera cerca de su presencia, aunque él no sabía de mi existencia ni de cuánto tiempo ahorré en la adolescencia para comprarme uno de sus libros, lo quise y lo querré como alguien cercano, porque a través de sus historias lo volví parte de mi vida.
En esta fecha, que también coincide con el aniversario de la muerte de Sor Juana, se me llena la tarde de realismo mágico, de palabras y frases que en gran parte provocaron mi amor por la literatura. Así que voy a la cocina y me sirvo un vaso con hielo, volviendo mío el recuerdo del Coronel Aureliano Buendía frente al pelotón de fusilamiento.
Publicado en Nexos Cultura y en el Diario de Yucatán.