Algo tiene el aire de noviembre que enamora


Por Addy Góngora Basterra.

Las páginas adelgazadas de mi agenda me anuncian la fugacidad de este año impar.

—Se fue Noviembre —pienso en voz alta.
Me escucha una de mis compañeras de trabajo, Azucena Vargas, cuyo escritorio está cerca del mío.
—Nunca más regresa un día —dice sin mirarme continuando de manera automática la frase.

Me le quedo viendo sin que ella lo sepa, porque está sentada de espaldas a mí. Después miro las páginas de mi agenda 2013. Barajo una de sus esquinas. En tres segundos hago transcurrir por mi mano derecha todo el año en un brevísimo aleteo de papel. Tomo de mi escritorio el cuaderno verde que en la portada tiene un mandala. Escribo las palabras de Azucena: “Nunca más regresa un día”. En seguida, en otro lugar de la página, anoto: “Se fue Noviembre. Me quedas tú. Dúrame mucho”.

II

Cuántos noviembres se han ido, noviembres que ya no son, personas que estuvieron ya no están, queda de ellas el recuerdo del recuerdo, nombres que no tendrán olvido. Y sin embargo, de algún modo, están presentes en cada vuelco del corazón, en fechas indelebles, en la brizna de la tarde y el color del amanecer; en una carta a puño y letra, en una fotografía, el estribillo de una canción y el círculo perfecto de un anillo. Pero no todo es pérdida y nostalgia en Noviembre, también es ilusión y renovación, mes de encuentros y pasión. Y si no lo creen, pregúntele a los nacidos bajo el signo de Escorpión.
 

III

 
Algo tiene el aire de noviembre que enamora.

Ha de ser por el ambiente otoñal del hemisferio norte. Algo se nos desprende, se desvanece, nos dice adiós para transformarse en algo diferente. Hojas de árbol que caen. Días del año que no vuelven. Algo se fragua y no es un final, sino un comienzo que tiene como pista de despegue los treinta y un días de diciembre.

Lo digo porque lo siento: algo tiene el aire de noviembre que enamora. Pero no es cualquier amor. No. Porque uno puede enamorarse y vivir en el idilio de pensar en el otro sin que el sujeto del delirio lo sepa. Ahí anda uno, como alma en pena, sin tregua ni cuartel suspirando por quien ni lo sospecha. Los amores de noviembre tienen un brillo distinto, un sabor pacífico, el milagro que a todos debería ocurrirnos: amor correspondido.

Tal vez sea el ambiente decembrino que se anuncia en esquinas, árboles y en la ropa que por estas fechas usamos. Quizá sea porque anochece más temprano y las estrellas atestiguan más horas nuestros pasos. No sé a qué se deba… pero tal vez haya quien sí lo sepa y esté de acuerdo conmigo cuando digo que algo tiene el aire de noviembre que enamora. Alguien que tenga o haya tenido la urgencia por vivir todo lo que no se pudo en otros meses, esa prisa misteriosa que se instala en emociones, afanes y deseos, aquello innombrable que se apodera de la voluntad y nos hace mejores personas, par y complemento. En este mes, penúltimo peldaño, algo tiene el aire de noviembre que enamora: triquiñuela del calendario que nos deja lo mejor para el final del año.

Publicado en el Diario de Yucatán.