♫♪ A una le dio por el piano
por el jazz y por el blues:
a la otra por el mesabanco,
por la monja De la Cruz.
La una es artista; la otra mexicanista
Una mira al norte/ otra mira al sur/ Una vive en el norte/ la otra en el sur.
Una toca
La otra baila
Una escribe
La otra canta.
Una es Bloom (Blum)
La otra Poot (Put) ♫♪
Para Ligia Cámara
Por Sara Poot-Herrera
Son las 10:34 de la noche de hoy sábado 12 de octubre. Reviso un escrito, largo tiempo guardado y que había hecho a pedido de Carlos Peniche Ponce. Cuando lo leí en aquella ocasión, de pronto un compañero de mesa (un profesor cubano de apellido ruso) me invitó a bailar y lo hicimos al ritmo del “Son de la loma”, tocado por Ligia Cámara, ¡música, mi maestra! (¿no que era un congreso?, ¡cómo han cambiado las cosas!).
Reviso, cambio, actualizo el escrito y lo mando a Maggie Shrimpton y a Raúl Moarquech (sábado, dije, 10:37 pm de Santa Bárbara, y ya domingo en México). Se trata de “La Habana-Mérida: odas de ida y vuelta”. Va dedicado a Ligia Cámara.
Sin esperar respuesta, hoy de nuevo les escribo y les digo: “Podemos quitar todo…, pero no la dedicatoria”.
Allí hablo de Ligia Cámara y de sus hermanas Soco y Lía Genny. Comento lo que nuestro barrio de Santiago, la calle 61 les debe a ellas tres. Unas líneas de lo que he escrito dicen:
Cuánta vida cubana ha discurrido por este barrio, y hay que dar las gracias sobre todo a las hermanas Cámara Blum. Lía Genni y Fidel se conocieron —lo contó ya Joaquín Tamayo— en una “gua gua” yucateca que venía de Valladolid, y después Fidel (¿Alejandro González?) no salía de la casa de mis hermanas las Cámara.
Pero Cuba ha estado aquí desde “siempre” y ha hecho cubana a Ligia Cámara (yo creo que ya lo era y desde antes de nacer y lo será también en su próxima vida, a donde irá empujando su piano con su piecito y el movimiento maravilloso de sus manos y abriendo olas con su gran voz). En mis recuerdos veo a Ligia y a su hermana Soco en una fotografía con Celia Cruz. Creo que también tienen una con Olga Guillot y que Ligia ha cantado con la Sonora Matancera. Incontables músicos y compositores cubanos han pasado por Ligia Vista Social Club.
Eso lo dije hace dos noches. ¿Ya tan pronto “la próxima vida”? No puedo no mencionar “Cuando tú te hayas ido”. Ay, Rosario Sansores, “me envolverán las sombras”. La oíamos de un modo en voz de Ligia Cámara, y de otro modo la oigo hoy (pero no, no la quiero oír; no, al menos no hoy).
Mejor reviso aquello de “Por divertir mis tristezas”, de nuestro congreso Armonía en las Artes de 2011 en Mérida, estando allí Ligia presente, como también lo estuvo en la otra ocasión, la de La Habana en Mérida. Y resumo (y me asumo):
Por divertir mis tristezas me dio por esta armonía. Y hoy en este encuentro de literatura, música y baile, puedo decir que tuve el privilegio de tenerlos y trenzaditos los tres desde el momento de brincar la cuerdita del cordón umbilical y de empezar a caminar con el pie quebrado, si no de la poesía sí de la música que de la casa de Ligia Cámara cruzaba a la mía.
Todo esto ocurrió en la calle 61, donde tuve la fortuna de conocer desde siempre a quien, manos y voz, amistad y generosidad, es punto de partida de mi memoria en cuanto a la armonía en las artes: Ligia Cámara, mi amiga, mi hermana. Yo siempre creí —y lo sigo creyendo— que sus diez dedos se multiplican en las teclas blancas y negras de su piano; el dedito gordo del pie, impulsor de su ritmo nato; y su voz, profunda como su idea de la amistad. Vecinas ambas —puerta frente a puerta—, somos “las de la 61” , y me gusta pensarnos como “la letra y la música” que algún día podríamos ser. Y hoy comenzamos.
Es ésta mi propuesta de lectura, una conversación de letra y música con mi musa de la infancia; yo, su muñeca fea, bailaba no en los rincones sino en su jardín cual golondrina (“Golondrinita, golondrinita”), mientras ella tocaba y metía a la 61 el ritmo cubano de la infancia, el mexicano de la adolescencia, el cubano yucateco, el maya de la sabiduría en tiempos modernos. Hablo de la esquina de nuestras casas —El Kiuik Dzotz—, una esquina que es un palíndromo —kiuik kiuik—, plaza de los murciélagos a quienes saludo en día de fiesta en Austin, Texas, donde cada año les dan la bienvenida todos vestidos de Batman, de mujeres maravilla, como lo es la artista que, leal al barrio de Santiago, allí está frente a su gran piano de cola con el que noches y días nos recuerda y adelanta el “cuando tú te hayas ido”.
Ligia es mi infancia y con ella viene la memoria de lo que ella y sus dos hermanas grabaron en el disco suave y duro de la niñez: las ondas de ida y vuelta de la cultura musical cubana. Ligia es mi adolescencia: con ella entró en mi imaginario musical la letra y la tonada del rock mexicano, traído expresamente a su casa desde la ciudad de México. Con Ligia en Mérida me pregunto si Yucatán es o era parte de Cuba o de México.
¿Dónde queda Yucatán, ventana del templo de las siete muñecas donde entra el sol más temprano que en el resto de la república? ¿Dónde nos queda el resto de México que sin esta península no levantaría la cara hacia el mar que nos conecta con otras culturas?
La nuestra, la peninsular, está entre aguas y tierra firme. De tierra adentro nos llegaron, y con Ligia en el piano, “Presumida”, “Popotitos”, “Agujetas de color de rosa”. Yo en la radio diciendo que Manolo Muñoz llegaba a Mérida. Y llegó y no se movía de ¿dónde? De la casa de Ligia Cámara, desde donde ella y él (¿somos novios?) hacían levantar el pavimento con el Rock de la cárcel que muchos años después Ligia tocó en la cárcel de Mérida a donde la invitó Verónica García para amenizar una tarde de alegría fugaz (les pedí permiso para tocarlo, dijo Ligia, no podía no hacerlo, “todo el mundo en la prisión corrieron a bailar el rock”).
¿Quién tocará ahora a ritmo de jazz “Puruxón Cahuich? Quien se fue hoy con “las azules horas”. Las veo, las recuerdo, hermana una, hermanita la otra. Ellas, “Las de la 61”:
A una la cuidó su abuela
a la otra su chichí;
una es hija de Sara Herrera
la otra de doña Tití.
A una le dio por el piano
por el jazz y por el blues:
a la otra por el mesabanco,
por la monja De la Cruz.
La una es artista; la otra mexicanista
Una mira al norte/ otra mira al sur/ Una vive en el norte/ la otra en el sur.
Una toca
La otra baila
Una escribe
La otra canta.
Una es Bloom (Blum)
La otra Poot (Put).
La una es iPot
La otra le hace al rock.
Viven en el kiuik Dzotz, en el kiuik, en el kihuik, en el kiuik.
Tienen que hacer la letra y ponerle la música al rock del kiuik dzotz. Ellas, las de la 61; ellas, letra y música de una misma canción: “Adoro la calle en que nacimos”. Como hace un rato me recordó Oswaldo Estrada (y ustedes son testigos): “sé que le seguirás cantando ‘adoro la calle en que crecimos’”.
Hoy 14 de octubre, día en que se fue también Molly, mi única prima, y que nunca supimos cómo fue y por qué. Mes de octubre, cuando yo creía que la luna era más hermosa. Y lo es. Tanto, que ilumina el camino por donde Ligia Cámara se fue para ser ya y para siempre una estrella más del coro celestial.
Sara Poot-Herrera
Doctora en Literatura Hispánica por El Colegio de México y profesora del Departamento de Español y Portugués de la Universidad de California en Santa Bárbara. Es autora de más de un centenar de publicaciones. Ha recibido numerosos reconocimientos, entre otros, el nombramiento como Mujer del Año por la Mexican American Opportunity Foundation (Los Ángeles, California, 1997). En el año 2000 recibió la Medalla Literaria Antonio Mediz Bolio (Mérida Yucatán) y en 2009 el Gobierno de su estado le otorgó la Medalla Yucatán. Es cofundadora de UC-Mexicanistas (asociación de especialistas en estudios mexicanos del sistema de la Universidad de California).