Pão de Açúcar en Rio de Janeiro, y el dije con su silueta, que traigo en el cuello como souvenir de la noche que relato a continuación. |
Por Addy Góngora Basterra.
Tengo una amiga que no tiene Facebook. Y, a decir verdad, no la extraño en las redes sociales. Será porque no siento su ausencia. Será también porque su presencia en mi vida es tanta –aún cuando pasen días y no la vea ni hable con ella— que se me aparece en cosas que sé que le gustan: sabores, momentos, canciones. No tiene Facebook y creo que tampoco le interesa tenerlo.
La tecnología nos va acostumbrando a saber lo que le pasa a las personas que hemos ido conociendo en la vida a través de lo que publican en sus “estados” o por las fotografías que suben. Sabemos de ellas lo que vemos en la pantalla del celular o en el monitor de la compu; interactúamos dándoles like o comentarios. Y no está mal. Facebook tiene sus ventajas sobre la vida. Yo le he estado agradecida en varias ocasiones por traerme a mitad del día algún suceso que ignoraba en la vida de personas que quiero.
Pero decía: tengo una amiga que no tiene Facebook.
Esta amiga me invitó el jueves a cenar a su casa para mostrarme fotos de un viaje que hizo en marzo a Brasil; preparó cachaça y brindamos con ella; como telón de fondo había un vídeo con música brasileña. Llegaron tres amigas más, conversamos, oímos la experiencia de su viaje, vimos las fotos que proyectó con un cañón, nos dio la descripción de los lugares y de los momentos, nos compartió la felicidad que quienes la conocemos supimos que tendría desde que nos anunció el viaje, meses atrás.
En un momento pensé: “Que bueno que Ofe no tiene Facebook, porque de tenerlo seguramente hubiera creado un álbum y en pies de fotos hubieran quedado sus comentarios de los lugares en donde estuvo, me hubiera perdido la experiencia de escucharla contar el viaje, tal vez no hubiera habido cachaça ni la mesa puesta ni hubiera tenido el pretexto magnífico de ver a cuatro amigas que quiero y extraño”. Así que interrumpí la conversación y dije en voz alta lo que estaba pensando, lo agradecida que estaba de que me hubiera invitado para ser parte de su alegría, de su emoción ante el Corvocado, el calor en Manaos, las noches en Río, la vida y el paisaje urbano de São Paulo.
Escribo esto y pienso en Facebook; como complemento de vida puede ser ideal, oportuno, eficaz, pero nunca como suplemento. Yo siempre preferiré la vida real. He aprendido que nada sustituye estar a una caricia de distancia; todos los trucos ópticos de la tecnología nunca sustituirán una mesa con rostros queridos, voces diciendo nuestros nombres y pidiendo, vaso arriba tras la ronda de cachaças: “Ya que estás parada, dale, no seas mala, da tu tanda”.
¡Saúde!