Dos niñas leyendo Pablo Picasso. |
Daniel Pennac.
Fragmento del libro “Como una novela”.
Las cosas más hermosas que hemos leído se las debemos casi siempre a un ser querido. Y a un ser querido será el primero a quien hablemos de ellas (...) Amar, a fin de cuentas, es regalar nuestras preferencias a los que preferimos. Y estos repartos pueblan la invisible ciudadela de nuestra libertad. Estamos habitados por libros y por amigos.
(...)
¿De dónde sacar tiempo para leer?
Grave problema.
Que no lo es.
Desde el momento en que se plantea el problema del tiempo para leer, es que no se tienen ganas. Pues, visto con detenimiento, nadie tiene jamás tiempo para leer. Ni los pequeños ni los mayores. La vida es un obstáculo permanente para la lectura.
—¿Leer? Ya me gustaría, pero el trabajo, los niños, la casa, no tengo tiempo…
—¡Cómo le envidio que tenga tiempo para leer!
¿Y por qué ella, que trabaja, hace la compra, educa a los niños, conduce su coche, ama a tres hombres, visita al dentista, se muda la semana próxima, encuentra tiempo para leer, y ese casto rentista soltero no?
El tiempo para leer siempre es tiempo robado. (Al igual que el tiempo para escribir, por otra parte, o el tiempo para amar.)
¿Robado a qué?
Digamos que al deber de vivir.
Ésta es, sin duda, la razón de que el metro —símbolo arraigado de dicho deber— resulte ser la mayor biblioteca del mundo.
El tiempo para leer, al igual que el tiempo para amar, dilata el tiempo de vivir.
Si tuviéramos que considerar el amor desde el punto de vista de nuestra distribución del tiempo, ¿qué arriesgaríamos? ¿Quién tiene tiempo de estar enamorado? ¿Se ha visto alguna vez, sin embargo, que un enamorado no encontrara tiempo para amar?
Yo jamás he tenido tiempo para leer, pero nada, jamás, ha podido impedirme que acabara una novela que amaba.
La lectura no depende de la organización del tiempo social, es, como el amor, una manera de ser.
El problema no está en saber si tengo tiempo de leer o no (tiempo que nadie, además, me dará), sino en si me regalo o no la dicha de ser lector.
Discusión que Tupé y Camperas resume en un eslogan arrasador:
—¿El tiempo para leer? ¡Lo tengo en el bolsillo!
A la vista del libro que saca de él (Leyendas de otoño de Jim Harrison, 10/18, edición de bolsillo), Burligton aprueba, reflexivo:
—Sí…, cuando te compras una chaqueta, ¡lo importante es que los bolsillos tengan un formato adecuado!
(...)
¿De dónde sacar tiempo para leer?
Grave problema.
Que no lo es.
Desde el momento en que se plantea el problema del tiempo para leer, es que no se tienen ganas. Pues, visto con detenimiento, nadie tiene jamás tiempo para leer. Ni los pequeños ni los mayores. La vida es un obstáculo permanente para la lectura.
—¿Leer? Ya me gustaría, pero el trabajo, los niños, la casa, no tengo tiempo…
—¡Cómo le envidio que tenga tiempo para leer!
¿Y por qué ella, que trabaja, hace la compra, educa a los niños, conduce su coche, ama a tres hombres, visita al dentista, se muda la semana próxima, encuentra tiempo para leer, y ese casto rentista soltero no?
El tiempo para leer siempre es tiempo robado. (Al igual que el tiempo para escribir, por otra parte, o el tiempo para amar.)
¿Robado a qué?
Digamos que al deber de vivir.
Ésta es, sin duda, la razón de que el metro —símbolo arraigado de dicho deber— resulte ser la mayor biblioteca del mundo.
El tiempo para leer, al igual que el tiempo para amar, dilata el tiempo de vivir.
Si tuviéramos que considerar el amor desde el punto de vista de nuestra distribución del tiempo, ¿qué arriesgaríamos? ¿Quién tiene tiempo de estar enamorado? ¿Se ha visto alguna vez, sin embargo, que un enamorado no encontrara tiempo para amar?
Yo jamás he tenido tiempo para leer, pero nada, jamás, ha podido impedirme que acabara una novela que amaba.
La lectura no depende de la organización del tiempo social, es, como el amor, una manera de ser.
El problema no está en saber si tengo tiempo de leer o no (tiempo que nadie, además, me dará), sino en si me regalo o no la dicha de ser lector.
Discusión que Tupé y Camperas resume en un eslogan arrasador:
—¿El tiempo para leer? ¡Lo tengo en el bolsillo!
A la vista del libro que saca de él (Leyendas de otoño de Jim Harrison, 10/18, edición de bolsillo), Burligton aprueba, reflexivo:
—Sí…, cuando te compras una chaqueta, ¡lo importante es que los bolsillos tengan un formato adecuado!
Mujer acostada leyendo (Marie-Thérèse Walter) Pablo Picasso, 1939. |