Chico Buarque en fragmentos


Cuando el Chico Buarque músico entra en casa, sale por la puerta el escritor. Estos días, en Río de Janeiro, ocupa su ático con espectaculares vistas a Ipanema el hacedor de canciones. Mientras, el literato anda de viaje. Su último libro, Leche derramada (Salamandra), acaba de aparecer. Es su octava novela. Y de éxito. Porque Chico Buarque no se conformó sólo con ser uno de los músicos más importantes de su país, hijo legítimo y predilecto de la bossa nova , referente político en los tiempos duros de la dictadura y objeto de deseo permanente. Quiso volcar su creatividad de manera seria, nada caprichosa, en la literatura. Demostrar que podía llegar a ser un escritor respetado. No sólo lo ha logrado en Brasil, sino en todo el mundo. Con su anterior libro, Budapest, obtuvo premios, grandes ventas internacionales, reconocimientos y elogios como los de Le Nouvel Observateur, que lo consideró uno de los autores contemporáneos más interesantes en lengua portuguesa. Para crear aquella novela de dualidades, fina e irónica, sobre un escritor de encargo fascinado por el idioma húngaro -la lengua que mejor entiende el diablo- no le hizo falta pisar la ciudad del Danubio. Jamás había estado allí. En cambio, sí da la sensación de conocer absolutamente el terreno donde transcurre Leche derramada , una especie de réquiem sobre el viejo Brasil. Es un libro muy personal sobre un dinosaurio moribundo, repleto de recuerdos y anécdotas familiares.


Chico Buarque, el políglota que domina cinco idiomas, el símbolo del Brasil contemporáneo, el mediocampista que lleva más de 30 años sin perder un partido con su equipo de fútbol, parece ideal, pero tiene sus zonas oscuras, no se llamen a engaño.

A continuación, fragmentos de la entrevista realizada por Jesús Ruiz Mantilla y publicada en El País:



Por qué el músico compone letras potentes y el escritor construye un ritmo musical en los libros.

-Hay un eco en ambas cosas. Pero mientras trabaja uno en lo suyo, el otro no se entromete. No pueden hacer las dos cosas a la vez. Cuando se marcha el escritor, llega el músico, y viceversa. Por otra parte, las letras de las canciones no tienen que ver para mí con la literatura, pero la literatura sí tiene que ver con la música. Es probable que se adivine fácilmente que el escritor es músico. Las letras de las canciones no son lo mismo. El letrista para mí no es poeta ni narrador. Debe despojarse de esa pretensión. Es otra cosa. No existen jerarquías ni distinción entre las dos artes: valen lo mismo. La literatura y la canción popular tienen el mismo valor. Eso de desvalorizar un género se acabó. Resulta una diferencia completamente anticuada. Es cosa del viejo Brasil. Cierto, para el viejo Brasil, lo que yo hago es música barata. Es como lo definiría el protagonista de la novela. El nuevo acepta eso bien. El primero en sufrir aquella ruptura jerárquica fue Vinicius de Moraes. Era un poeta culto, canónico, que se puso a hacer letras de canciones populares. No lo entendían. ¡Un poeta y diplomático! ¡Sacrilegio! Eso persiste un poco todavía. La idea de que un poeta no puede escribir música popular y un cantante no puede dedicarse a las novelas. Pero ¿qué estaba diciendo?


-Lo del músico y el escritor...

-Ah, sí. Que hay un período de adaptación, no es que sale por una puerta el músico y entra el escritor, como en un vodevil. Los tiempos de cada etapa creativa crecen, pero los de mi vida se acortan. No sé hasta dónde llegaré en las cosas que quiero hacer.


-¿Qué le queda por indagar en la música?

-Escucho poca música. Leo más. Trabajo con la memoria musical, que tengo repleta. ¿Ve usted por qué no me gusta dar entrevistas? Porque tengo que explicar ciertas cosas. El otro día compuse un vals ruso. ¿Por qué? No lo sé y no puedo inventar una razón. Porque convenía a la historia que quería contar. La música que llegó era de allí, para relatar la historia de una mujer rusa con la que entré en contacto por Internet. Ya está. No hay nada que explicar ni buscar, apenas nada para componer. A estas alturas es la música la que me busca a mí. Por supuesto que estoy al día y sé quién es Amy Winehouse o Lady Gaga. Pero eso no importa.


-¿Cambia con la edad la actitud para escuchar la música o es que nuestro tiempo nos empuja a atender de una manera más fragmentada?

-Creo que cada uno de nosotros cambia. Y sólo esperamos que al público le siga interesando lo que hacemos. Hay veces en que das un concierto y piensas de qué te sirve lo nuevo cuando la gente sólo quiere que cantes viejas canciones. A mí me gusta cantar lo nuevo y a ellos, escuchar lo antiguo, así que hay que negociar un poco.


-Cuénteme cómo era Jobim.

-Desde el momento en que yo escuché la primera canción de bossa nova , "Chega de saudade", cantada por João Gilberto, con música de Jobim y letra de Vinicius de Moraes, me cambió la vida. A mí y a todos nosotros. Los que podíamos haber sido otra cosa nos hicimos músicos cuando escuchamos eso. Caetano Veloso, Gilberto Gil, todos.


-Hoy Jobim es indiscutible.
-Es que fue una epifanía. Lo conocí, fui amigo de Jobim. Por trabajar con él, por escucharlo tocar el piano, yo me hice un músico mucho mejor de lo que era. Escuchándolo, viéndolo trabajar. Yo era un músico intuitivo, de oído, y él me formó. Trato de no ser una copia de él, pero todavía, cuando compongo, siento la sombra del maestro.

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Y un poco de su música...

Hoje o samba saiu,
lá lalaiá, procurando você,
quem te viu, quem te vê...