Barceló, sí. Barceló, no

Por: Fietta Jarque
Publicado hoy en Papeles Perdidos
Blog de Babelia. ElPais.com


Como un iceberg al revés, el elefante de Miquel Barceló a las puertas de su exposición en Caixaforum (Madrid) parece una metáfora de su "estado", por decirlo en lenguaje facebook. Un equilibrio casi inverosímil. Hace tiempo que salió del ránking de los artistas españoles más influyentes en el mundo del arte, aunque sus galeristas siguen teniendo lista de espera para las obras que salen de su taller. La crítica especializada recibe sus exposiciones entre la indiferencia y la abulia, mientras se forman colas de público para visitarla. Su invitación a participar en la última Bienal de Venecia o la polémica por la cúpula de la sede de la ONU en Ginebra, desgastaron más su figura y acentuaron el desdén con el que se le considera actualmente en ciertos círculos del arte. No en los oficiales, desde luego. ¿Barcelo sí o Barceló no?

La retrospectiva que se exhibe en Madrid debería dar la respuesta. 180 obras no pueden estar equivocadas. La visité con intención de obtener mis propias conclusiones y fueron contrarias a lo que pensaba. El Barceló de los años ochenta, el artista que deslumbró con su universo condensado y revuelto, parece haber envejecido mal. A pesar del cuidado en el montaje de las salas, las grandes pinturas parecían demasiado empastadas, hasta retóricamente pringosas. Quizá porque cada una requeriría una habitación propia para no empalagar. Las que ganaron con su luminosidad, por el contrario, son sus acuarelas y tintas africanas. En particular sus dibujos de animales. Es curioso que la densidad matérica, marca de fábrica de este artista, se convierta por momentos en su carga más pesada. No siempre, porque entre las obras de los últimos años, las de grandes superficies blancas, surge la luminosa seguridad del artista. La de Barceló ante el paisaje. Aunque también impresionan las arquitecturas del interior del Louvre.

Al final del recorrido una serie de retratos de trazo y colorido expresionista --geniales, de haber sido realizadas un siglo atrás--, de personajes como la crítica estadounidense Dore Ashton y otros amigos suyos, arropan la obra que da título a la exposición: La solitude organisative. Un gran gorila blanco, indefenso, sentado en una esquina. Un supuesto autorretrato del artista, abrumado por el espectáculo en el que se convierte él mismo. Un animal raro, como el Copito de Nieve del zoo de Barcelona que seguramente conoció. Quien se haya enfrentado a un gorila resignado a su suerte, a su jaula de oro, comprenderá sin problemas la identificación. ¿Barceló si o Barceló no? Mejor comerse un plátano, dirá.