Encontré en mi estudio un libro de poesía que fue conmigo a la universidad y a la playa, un libro que anduvo en la cajuela de mi coche, estuvo noches junto a mi cama y también en la mesa donde Anna y yo nos sentábamos, a veces, a leer y analizar autores que teníamos que estudiar, cuando decidíamos hacerlo juntas. La letra manuscrita de Anna está a lápiz. Cuando me da por buscar papeles de la universidad me encuentro con papelitos donde está su caligrafía y siento nostalgia, porque una tarde de mayo, hace tres años, la vi por última vez.
Anna tenía las manos pequeñas, un gato, un peugeot azulito y una casa de dos pisos en Itzimná. Cantaba canciones de su autoría y un bolero de Fernando Espejo que nos gustaba... si te gusta el violín, te lo regalo... esa cántame, le pedía, y ella se ponía a cantarla y así la recuerdo siempre, alegre y con el cabello suelto, cantando mientras le quitaba la envoltura a un pulparindo de esos que siempre me encargaba cuando me veía enfilarme hacia la tiendita de la universidad.
Estoy viendo la letra de Anna. Cuánto valor, cuánta carga emocional puede haber en una letrita, en un objeto: pensar que ella estuvo atrás de este libro como yo lo estoy ahora. Ella y sus senos que sin saberlo tramaban esa enfermedad injusta y dolorosa por la que ahora Anna sólo puede cantarme cuando la sueño despierta y rubia, o como ahora que la recuerdo.
Hojeaba el libro de poesía y me encontré, además de la caligrafía de Anna, subrayados unos versos del poema Nocturno y Elegía de Emilio Ballagas. Tristemente bellos, unos subrayados con una línea delgada de lápiz, otros con un plumón verde que ha perdido su intensidad con el tiempo. Tengo ganas de transcribirlos y acordarme de una noche en la que se los leí en voz alta a Anna:
Si pregunta por mí dale estos ojos,
estas grises palabras, estos dedos;
y la gota de sangre en el pañuelo.
Dile que me he perdido, que me he vuelto
una oscura perdiz, un falso anillo
a una orilla de juncos olvidados:
dile que voy del azafrán al lirio.
Dile que quise perpetuar sus labios,
habitar el palacio de su frente.
Navegar una noche en sus cabellos.
Aprender el color de sus pupilas
y apagarme en su pecho suavemente,
nocturnamente hundido, aletargado
en un rumor de venas y sordina.
Ahora no puedo ver aunque suplique
el cuerpo que vestí de mi cariño.
Me he vuelto una rosada caracola,
me quedé fijo, roto, desprendido.
Y, si dudáis de mí, creed al viento,
mirad al norte, preguntad al cielo.
Y os dirán si aún espero o si anochezco.
¡Ah! Si pregunta dile lo que sabes.
De mí hablarán un día los olivos
cuando yo sea el ojo de la luna,
impar sobre la frente de la noche,
adivinando conchas de la arena,
el ruiseñor suspenso de un lucero
y el hipnótico amor de las mareas.
(...)
Soy lo que me destines, lo que inventes
para enterrar mi llanto en la neblina.
Si pregunta por mí, dile que habito
en la hoja del acanto y de la acacia.
o dile, si prefieres, que me he muerto.
Dale el suspiro mío, mi pañuelo;
mi fantasma en la nave del espejo.
Tal vez me llore en el laurel o busque
mi recuerdo en la forma de una estrella.
Fragmento de Nocturno y Elegía del poeta cubano Emilio Ballagas. Más de él dando click aquí
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