Fotografía de Sean Justice.
Jaime Sabines.
Acabo de estrenar un coche de lujo. Nunca en mi vida había tenido sino pequeños carros, modestos, mediocres, más bien pobres instrumentos de trabajo.
Estuve alegre ayer todo el día, como cuando tuve bicicleta a los once años.
¿Qué simbiosis se establece entre el objeto y uno mismo? ¿Por qué la posesión de lo superfluo enaltece el ánimo como una conquista?
Con sus 240 caballos de fuerza parece que aumentara la fuerza de uno mismo, su capacidad de acción, su poderío.
Mi mujer y mis hijos están felices también. Nos hemos paseado de un lado al otro admirando su vestidura impecable, su palanca al piso, el espejo lateral que se mueve desde dentro y tantas preciosidades que lo hacen distinto.
¡Dios mío!, me pregunto, ¿esto es lo que llaman enajenación? ¿o es el principio de mi decadencia?
Bueno, me digo, consolándome: todavía me faltan dos años para pagarlo.