De Francisco Segovia.
Poeta mexicano
El hábito hace al monje, la costumbre al crucificado...
Yo he resuelto la consumación de un destino. Le dije: Anda, ve a la rueda a deshilar la distancia. Se lo dije porque yo sabía qué era entonces la distancia... Yo puse besos en los quicios, en las piedras, en la sal. Yo puse besos en las azoteas, en el almidón, en todas las gramíneas, en las manos, en los papeles... Anda —le dije— ve y acércanos la distancia. Ella se fue. Y, cuando hubo vuelto, me puso la distancia entre las manos. "¿Qué vamos a hacer con esto?" Ella preguntó y respondí: Vamos a inventar la justicia... Entonces yo me puse a amasar, a estirar esa pelotita de distancia. Hice un cilindro que se iba adelgazando y estirando a medida que yo lo rotaba entre mis manos. Así creció esa materia de distancia hasta que casi se hizo infinita. Esto tardó mucho tiempo.
Sólo cuando terminé ella dijo: ¿Eso es la justicia? Entonces dije yo: He estado mucho tiempo haciendo una sola cosa; tanto que hacer esto se me ha convertido en costumbre, en algo normal; ésta es la norma y hacerla ha sido bueno. Esta norma es la regla que mide... Entonces ella puso sus dos manos sobre la distancia, tomo firmemente con cada una ese cilindro, y lo trozó... Ahora —dijo— he inventado la venganza. Y nadie podrá negar que la venganza es justa. Ahora, querido, hemos inventado el destino.