POR NO ESTAR DISTRAÍDOS
Era la levísima embriaguez de andar juntos, la alegría como cuando se tiene la garganta un poco seca y se ve que por admiración se estaba con la boca entreabierta: ellos respiraban de antemano el aire que estaba por delante, y tener esa sed era el agua misma para ellos. Andaban por calles y calles hablando y riendo, hablaban y reían para dar materia y peso a la levísima embriaguez que era la alegría de su sed. A causa de los coches y personas, a veces se tocaban, y con ese toque -la sed es la gracia, pero, las aguas son una belleza oscura-, con el toque brillaba el brillo de su agua, y la boca quedaba un poco más seca de admiración. ¡Cuando admiraban estar juntos!
Hasta que todo se convirtió en no. Todo se convirtió en no cuando quisieron esa misma alegría. Entonces la gran danza de los errores. La ceremonia de las palabras desacertadas. Él buscaba y no veía, ella no veía lo que él no había visto, ella que estaba allí, sin embargo. Y él que estaba allí. Todo salía mal, y estaba la gran polvareda de las calles, y cuanto más se equivocaban, con más espereza querían, sin una sonrisa. Todo porque habían prestado atención, sólo porque no estaban ya distraídos. Sólo porque, súbitamente exigentes y duros, quisieron tener lo que ya tenían. Todo porque quisieron dar un nombre; porque quisieron ser ellos, ellos que ya eran. Y entonces aprendieron que, al no estar distraídos, el teléfono no suena, y es necesario salir de casa para que la carta llegue, y cuando el teléfono finalmente suena, el desierto de la espera ya cortó los hilos.
Todo, todo por no estar ya distraídos.
Clarice Lispector es brasileña (1925-1977)
Del libro: Revelación de un mundo.
Del libro: Revelación de un mundo.