Yuyú y sus polvos de hada

Por Julia Mortera.

Yuyú nació siendo una chispita en un pueblo pequeñito de algún rincón del mundo. Es un hada de verdad y tiene una magia muy especial. Es un hada distinta, pues no tiene alitas transparentes ni es tan chiquitita como el dedo meñique de tus manos. Yuyú se ve, más bien, ¡como te ves tú! Tiene dos ojos, una nariz, dos brazos, dos pies, un ombligo, dos oídos, ¿puedes ver como más es Yuyú?

Un día Yuyú vio a sus amigos los perros pelear con un gato. Estaban tan enfadados que casi no advirtieron que Yuyú pasaba por ahí. Al igual que a los niños como tú, a las hadas de verdad les gusta mucho bailar. Así que, en medio de la discusión Yuyú tomó su ipod, lo vinculó a un altavoz, puso una cumbia y comenzó a bailar. Movía sus piernitas de allá pá acá, sus hombros pá adelante y pá atrás, sus caderas pá arriba y pá abajo, y entre el “tilín tilín” liberó sus polvos de hada que lograron la atención de los perros y el gato. Miraban a Yuyú sorprendidos y dijeron, “qué buen ritmo”, “qué buena música".

Entonces se dieron cuenta de que compartían el gusto por el baile y la canción para ellos era la más alegre del mundo. Sin mucho pensar, se pusieron a bailar. Los polvos de hada de Yuyú pronto reunieron a más integrantes. Llegó el elefante y el ratón, la mariposa y la flor, era tan buena la música que vino hasta un tiburón y un caballito de mar. ¿Puedes escuchar el “tilín tilín” de aquel danzón?

Bailando con ese ritmo, que tú también sabes llevar, Yuyú llegó cantando a casa de sus tíos. Ellos eran adultos, profesionales con muchas responsabilidades, tenían un trabajo y también una familia. Se iban muy temprano y volvían al caer el sol. Como mucha emoción Yuyú se sentó a la mesa. Los tíos aún ocupados, hablaban en el móvil, escribían mensajes o leían correos. Pero como Yuyú los apreciaba tanto y se sentía tan feliz de verlos, con varios parpadeos —que tú sabes hacer también— y un “ji ji – ji ji” liberó sus polvos de hada y pronto tuvo su atención. “Ji ji – ji ji” tuve una fiesta hoy “ji ji – ji ji”, cuánta diversión. Entonces todos se miraron y rieron, se olvidaron de las llamadas, de los mensajes y los correos, compartieron un rico manjar y un helado al terminar.

Otro día, paseando con su característica alegría, con la que tú también sabes andar, Yuyú escuchó a un niño lamentándose, cerca del mar.

     —¿Qué pasa amigo mío? ¿Algo anda mal?
     —Se han enfadado conmigo por romper la tablet. Y ahora, ¿con qué vamos a jugar?

Yuyú mostró su sonrisa, “bling-bling” se escuchó sonar, y como las otras veces, echó sus polvos a volar.

     —Inventa un juego. Te voy a enseñar.
     —¿Qué dices? Yo no soy un hada, no puedo inventar.
     —Te diré un secreto, que a nadie podrás revelar. Tú también tienes magia para poder contagiar. ¡Mira toma esta piedra! ¡Juguemos a ver cuántos saltos puede hacer sobre el mar!

El niño y Yuyú comenzaron a hacer las rocas saltar. ¡Un salto! ¡Tres saltos! ¡Pequeños! ¡Más grandes! ¡Más largos! Y las piedras daban clavados, grandes chapuzones en el agua, una incluso rebotó hasta las nubes y se fue brincando hasta llegar al rincón del pueblito más pequeño del otro lado de mundo.

   
"Niños tirando piedras". 2011. Parnalú.
Óleo sobre tela. 80x90cm. Tomada de aquí.
—¿Y cuando no hayan piedras que quieran nadar? —dijo el niño. ¿Cuándo no hayan olas- trampolín? ¿Cuándo no esté tu magia? ¿Con qué voy a jugar con mis hermanos?
     —Tu magia de niño te ayudará. Quizá buscar un lápiz para dibujar o encontrar palitos para edificar u hojas de papel para hacer aviones volar. Los dos tenemos magia que llevamos dentro. Basta con mover tus hombros con un “tilín-tilín” o hablar con los adultos riendo en un “ji ji – ji ji”, o mostrar esa sonrisa que suena “bling bling”.

Entonces ambos rieron, liberando tantos polvos mágicos que un satélite especial lanzó la alerta de algo inusual.

Y así Yuyú se fue, dejando tras de sí polvos de hada, como lo hacen tantas hadas y tantos niños, esparciendo alegría hasta rincones de pueblos pequeñiiiiiitos, hasta las grandes ciudades y las tribus lejanas, haciendo brillar al mundo en el que a veces, si prestas atención, parece escucharse un “ji ji – ji ji”.