El paraíso recobrado en la lectura




Por Addy Góngora Basterra.
Publicado en el Diario de Yucatán.

Leer no es divertido. Pero qué bien la pasa uno. Digo esto pensando en la campaña en pro de la lectura donde veinte minutos al día se proponen con el slogan “Diviértete leyendo”. Cuando veo algo alusivo a lo anterior, no puedo evitar pensar en lo que es para mí ser lectora. Leer, en ocasiones, me resulta doloroso y triste: me confronta con la realidad. Pero también ha sido una herramienta para encarar la vida de una mejor manera. Por eso estoy en deuda con las personas que me han enseñado a leer. Con esto no me refiero solamente a conocer el abecedario. Me refiero a haber aprendido a disfrutar literatura, a gozarla tanto como para querer compartirla con otros; también me refiero a leer música, ese otro lenguaje del que estamos hechos. Relatos y sonidos, voces y mitos, inventos para explicar el concierto que es la vida entre tanto desconcierto.


Fernando del Paso

¿Cómo ha sido para mí leer a este magnífico autor? Lo resumo de la siguiente manera: desde hace varios años deseé la oportunidad de hablar con él. ¿Para qué? Para darle las gracias por Palinuro y Estefanía, por Maximiliano y Carlota, por todos sus personajes y párrafos inigualables. Había querido agradecerle su manera de contar la Historia y enseñarme con eso a saborear el lenguaje. En marzo pasado pude expresarle mi amor por su escritura. Le agradecí las palabras que me ha aportado, la extravagancia de sus corbatas y el chaleco con rombos y virtudes mágicas del primo Walter. Le dije: “Ventrílocuo de corazón, gracias por tantas páginas y por la elegancia en cada uno de tus trajes”.

Mili del Abecedario

Mili Alcocer: ¿cuántas mujeres sabemos leer porque nos lo enseñaste en primaria? Hay detalles que no recuerdo de mi infancia, pero sí recuerdo aquellos días en los que fui feliz aprendiendo a identificar palabras. Leer es descubrir la realidad de los sonidos: la inesperada virtud de la ignorancia al ser niño. Sin cerrar los ojos puedo verme —con seis años— en aquel salón de clase con sillas naranjas. Recuerdo las hojas rayadas donde tracé mis primeras letras. ¿Cómo puedo agradecerte, Mili, que me enseñaras lo que hoy enarbolo como elección de vida? Con el mayor sentimiento de gratitud que alguien pueda tener: gracias por enseñarme a escribir y leer.

Carmita del Piano

Carmita de Palma: ¿cuántas ventanas, cuántas rendijas colarán melodías que enseñaste al piano negro de cola en tu esquina de la colonia Buenavista? Maestra de música que aprendí a querer con trece años: mis manos tienen memoria. Algún hechizo especial habita las yemas que al contacto de las teclas, se acuerdan. Me enseñaste a leer partituras, a entenderlas, a descifrarlas con paciencia, nota por nota, primero una mano y luego la otra. Aprendí que sentir es algo que no se enseña, que se aprende con experiencias. Me dijiste que la música siempre fue tu compañera. No lo olvido. A tu lado, hombro con hombro, descifré a Chopin, una canción de Disney, Erik Satie y “The heart ask pleasure first”. Ahora, gracias a ti, puedo hacer sonar “Sueño de amor” de Liszt y “Milonga del Ángel” de Piazzolla. Gracias por compartirme lo más importante, tenías razón: la música nunca me ha dejado sola.


Paraíso recobrado

Los seres humanos estamos conformados por vivencias que tenemos con los otros. “Soy porque somos”, pregona la filosofía africana “Ubuntu”. Escribir y publicar, componer y hacer sonar, es algo parecido. Leer, aunque la mayoría de las veces sea un acto individual, es un fenómeno colectivo: nos refleja en episodios que quizá ya hemos perdido. Ese es su prodigio. Que nunca nos falten escritores y compositores que con partituras y libros nos salven del olvido. 

@letranias