A propósito de huevos



Rosario Ferré, escritora puertorriqueña.
Fragmento del ensayo breve "Cómo poner un huevo".

"Siempre he pensado que los escritores somos seres híbridos, y lo mucho que se parece el oficio de escribir al de poner huevos me lo confirman. Cada idea que inspira un poema o un cuento es un chispazo eléctrico, una pavesa de vida que nos llega misteriosamente del otro mundo. ¿De dónde vienen los huevos que ponemos los escritores? ¿Del universo invisible y microscópico del cuerpo o del universo cósmico, del espacio sideral? No lo sé; pero cada huevo arrastra consigo otros huevos; vienen pegados unos a otros como los racimos de las células que se dividen en el útero materno.

Y una vez puesto el huevo, una vez depositada la idea bajo las plumas tibias y temblorosas del nido, apretujado entre las patas encogidas frente a la computadora durante horas para dejarle espacio y a la vez no permitir que ruede fuera y se escape, el escritor o la escritora debe tener una paciencia de siglos para lograr que la partícula de vida encapsulada dentro de la página saque el pico fuera y empiece a piar.

Todo escritor o escritora sabe lo que es tener que estar durante horas dale que dale calentando un huevo, sin levantarse ni para una meadita, ni para tomarse un trago de agua a menos que se absolutamente imprescindible. Porque a la menor corriente de aire que entre por la ventana, al menor paseo que se dé por San Juan para estirar un poco las piernas, al menor telefonazo que lo haga corre a contestar una llamada o abrir la puerta, cuando regresa al nido encuentra el huevo pasmado, casi imposible de resucitar. Aunque por supuesto, tiene que levantarse de vez en cuando, porque estar sentado seis meses sobre un huevo sin ocuparse de la supervivencia equivaldría a un suicidio. Hay que ir volando al supermercado, cocinar TV dinners, dormir cinco horas en las noches, hacer el amor en tres minutos, limitar cada llamada telefónica a un minuto.

(...)

Escribir un cuento, una novela o un poema no es un oficio para los débiles de corazón, para los que se desesperan, los que ansían la fama instantánea o los que buscan enriquecerse de la noche a la mañana. Tampoco es para aquellas personas que no se atreven a enfrentarse a sus propias locuras. Cuando nos sentamos frente a la computadora, nuestros peores terrores y fobias agarran silla y se sientan en semicírculo a nuestro alrededor. Desde allí observan la pantalla y nos susurran al oído lo que debemos --o lo que no debemos-- decir. El escritor se parece bastante al huevo que pone --es un aventurero y un suicida--; tiene que atreverse a tirarse de cabeza desde el tope de un edificio o de una montaña, abrir los brazos y salir volando, tal y como lo hará algún día ese ser que empolla pacientemente bajo sus plumas"

Tomado del libro "A la sombra de tu nombre".