"Areúsa en los conciertos" de Angelina Muñiz-Huberman


Jan Lenica: Wozzeck, 1964

Una de las cosas que más me gusta de estar en casa de mis padres es que aquí tengo la mayoría de mis libros. Disfruto estar en el estudio: tiene una ventana que da a la calle, generosa por el viento que el miriñaque cuela por las tardes. Hay cuatro libreros y en ellos se acomodan lecturas de otro tiempo, párrafos subrayados, hojas con un doblez sugerente en el extremo superior, tiritas de papel que sobresalen de las páginas en lengüitas de colores. Hace rato me dio por releer Areúsa en los conciertos, de Angelina Muñiz-Huberman, el cual recomiendo a quien le guste la música clásica y, en especial, Alban Berg.

Por cierto, a propósito del experimento que el Washington Post realizó en el 2007 con el violinista Joshua Bell (http://letranias.blogspot.com/2009/01/sera-capaz-la-belleza-de-llamar-la.html), Angelina me recordó algo que ya había olvidado. En el 2002 ella estuvo en Mérida invitada a presentar el libro y durante el evento se habló de Bronislaw Huberman ––violinista perteneciente a la familia de Alberto, esposo de Angelina–– quien fuera el dueño del Stradivarius que actualmente toca Joshua Bell. Ese violín se hizo especialmente famoso porque se lo robaron a Bronislaw cuando tocaba en el Carnegie Hall y durante muchos años nada se supo de él. Se han escrito varias novelas, me contó Angelina, entorno a este episodio (me faltó preguntarle cuáles son... queda pendiente.)

Ah… historias de violín… prueba de ello la película El violín rojo… con música, precisamente, de Joshua Bell.

––Veinte actos de amor y una sala de conciertos ––dice la contraportada del libro. Cito:

Areúsa no se entrega, explota; no hace el amor, lo violenta. Lleva el nombre de la prostituta cómplice de la Celestina. Tiene alma de artista, y su pasión se desata con la música de Alban Berg en la Sala Nezahualcóyotl, en un México inmenso de diversos espacios para el bien y el mal. Quiere volar, trascender la alineación mecánica del universo que le tocó vivir (…) Su amiga Salomé tiene una historia truculenta, que se remonta a los tiempos de Yojanán el Bautista; el amor para ella es cabeza colgante, fantasma decapitado que la afiebra y persigue. Areúsa y Salomé forman con Jan Hanna un trío de fortuitos encuentros y desencuentros sobre la línea del Metro de la Ciudad de México, en Nueva York o en París; un trío que explora los recovecos del amor y de la condición de existir.

Abro al azar el libro y me encuentro el siguiente subrayado en azul, página 63:

Lo que no puede envejecer (en oposición a la circunstancia de Dorian Gray) es lo oído. La imagen, la pintura, la fotografía, la epidermis y los órganos, todo resiente el paso del tiempo. No así el sonido. Un sonido es eterno: no puede desgastarse. Un sonido se relaciona de inmediato con el silencio y esa es la razón de su eternidad

Y luego, casi al final, página 193:

¿Recuerdas el concierto para violín de Alban Berg? Ah, sí. Y también la interpretación poético-filosófica de María Zambrano. Todo lo recuerdo, yo Areúsa, la máquina de recordar: la nemógrafa. Bueno, pues juguemos con este concierto. Toquémosle. El concierto es triste, pues trata de la muerte de una adolescente y de sus famosos padres: Alma Mahler y Walter Gropius. Entonces, Alban Berg se dijo: “Este tiene que ser un concierto tristísimo:” (Y se acordó de Orfeo.) “Tan triste, tan triste que sólo el violín lo exprese.” (Y se acordó que un su amigo violinista le pedía un concierto.) “Triste sí, pero nostálgico y en recuerdo de amores míos pasados.” (Y se acordó de un su amor de juventud por una sirvienta de los padres, durante un verano que nunca olvidaría.) “Y será también un canto a la muerte.” (Y no pudo acordarse, porque eso es imposible de recordar, que ese concierto sería el de su réquiem.) (Es decir, no pudo recordar el futuro.) “Escribiré sin respiro el concierto para que lo estrene Luis Krasner. En este verano ––otro verano–– de 1935.” (Lo que no sabía es que nunca oiría su propio concierto.) “Hasta seré capaz de interrumpir mi querida Lulú.” (Lo que tampoco sabía es que ya no la terminaría. Como Orfeo, abandonaría a su amada. Igual que ignoraba la fecha de su muerte en diciembre de 1935 y la fecha del estreno del concierto de violín. Pero que yo, Areúsa, sé cuándo fue: el 19 de abril de 1935 en Barcelona: oh, Barcelona, un año antes de la guerra civil española: Barcelona: tampoco lo sabías.) (Así que las fechas se fueron apretando: pero nadie sabía nada de nada.) “La verdad es que quería unir, no separar, nacimiento de muerte y amor. Que fuera una unidad indestructible por medio de la música y la acción. Sería un concierto de dos movimientos de idéntica duración, lento-rápido-rápido-lento. Un claro ejemplo de simetría en espejo. Porque me encantan los espejos. Y las simetrías. Por eso escribo música.”

Y para concluir:

Sin la memoria no habría música. O al revés: sin la música no habría memoria.




Areúsa en los conciertos,
Alfaguara: 2002.
A quien le interese conocer un poco más vaya a: