Epitafio de Amor

Puta en el trapecio

de Pedro Uhart


Eliseo Alberto. Escritor cubano. 
Fragmento de la novela "La eternidad por fin comienza un lunes".

Servio y Tulio Capriles recibieron en Puerto Luis de los Pasajeros la invitación para asistir a la boda civil del señor Pompeyo de Malbasia y madame Marie Forey, alias La Perversa. El banquete tendría lugar ese domingo, entre las siete de la noche y las siete de la mañana del lunes, en el Salón Azul de Las Golondrinas Viajeras, un prostíbulo de espigones que Servio y Tulio habían visitado alguna vez. La convocatoria, firmada por los novios, decía que Madame Forey deseaba compartir la noche más feliz de su vida con los mejores clientes de su carrera de puta costosa, y anunciarles, de paso, que nunca más podrían tocarla ni con la punta de un billete.

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Los Capriles se bañaron con flores de heliotropo, para oler a sementales de padrote, y se demoraron tanto poniéndose bonitos que llegaron a la fiesta poco antes de la medianoche. Al primero que vieron bebiendo como un cosaco y escoltado de cerca por cuatro rudos grumetes, fue a Pompeyo de Malbasia, capitán y propietario de El Golfo de Laconia, el buque estaba anclado en la dársena vecina al prostíbulo. El marinero había perdido la compostura.


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Marie Forey se subió a la pequeña tarima para músicos del Salón Azul y pidió a sus amigos que se acercasen, pues había llegado la hora de despedirse. Una treintena de varones, de muchas edades y distintos niveles de deterioro, rodearon a la francesita, los malabaristas entre ellos, no sin cierta reserva. El decano de la orden de templantes pidió la palabra, con una autoritaria sacudida de bastón. Era un viejo tan viejo que ya debía ser muy viejo cuando alquilaba a La Perversa, allá en la mina andina, donde había trabajado durante décadas. Bañado en lágrimas, dijo que todo el oro que ganó lo había derretido en el cubilote de Marie, y de lo único que se arrepentía esa noche era de no haber encontrado un pozo de petróleo para seguir contratándole sus trucos de mujer. "Mi pobreza es hoy mi mayor tesoro, porque sin dinero ni para comprar un ataúd, aún me queda el recuerdo de esta francesa madre de mis pecados". La Forey descendió de la tarima y, en un gesto que nada tenía que ver con la piedad, besó en la boca al viejo, sonoro y tendido. "Antonio, mi cruel Antonio, buscador de tesoros, fuiste un fogoso galán. Te disfruté mucho, de veras te disfruté mucho. Lástima que llevaras tan largas y duras las uñas de los pies". A partir de esta confesión, los otros quisieron también que La Perversa dijera un epitafio de amor.

Para cada amante, ella encontró uno hermoso: "José, nadie cogía como tú en ayunas". A un chino llamado Gerardo le dijo, sobándole la mano: "Cuando ame bajo un puente, con los trenes pasándome a pulgadas de la cabeza, y yo tiemble como un riel con la locomotora sin frenos del Capitán Malbasia, voy a pensar en ti, Gerardo, mi queridísimo fogonero". Al negro Moisés, el limpia pisos del local, le agarró el miembro por encima de la tela del pantalón, y mirándolo a los ojos, dijo: "Tú me enseñaste el goce del dolor, y la ley de que cada vaina trae la medida de una espada: cuida tu garrancha, mandinga, y que otras locas afilen este acero que yo templé hasta donde pude". Tocaba el turno a los Capriles, cuando un joven afeminado, con el pelo teñido de amarillo girasol y un par de lunares de tinta china estampados en la cara, se adelantó y, puesto de rodillas, rogó a Marie Forey que le regalara un piropo. La ramera ofreció la mano. Dijo: "De pie, Totó, nunca de rodillas". El muchacho se levantó y se mordió los labios hasta hacerlos sangrar. "¿Qué puedo decir de ti, mi ardoroso maricón?... Hubo días, Totó, cuando te veía probarte mis vestidos ante el espejo, que me dieron ganas de ser hombre". Totó le acarició el cabello, y antes de abrazarla, dijo sin afectaciones: "Yo también, Marie, yo también hubiera querido ser hombre para ti".