Foto de David Díaz. |
Escritor Uruguayo.
Mientras los dioses duermen, o se hacen los dormidos, la gente camina. Es día de mercado en este pueblo perdido a las afueras de Totonicapán, y hay mucho vaivén. Desde otras aldeas, llegan las mujeres, cargando bultos, por los senderos verdes. Ellas se encuentran en el mercado, hoy aquí o mañana allá, en este pueblo o en otro, como dientes que van hacia la boca, y charlando se van poniendo al día, lentamente, mientras venden, poquito a poco, alguna que otra cosa.
Una vieja señora despliega su paño en el suelo, y allí acuesta lo suyo: sahumerios de copal, tintes de añil y de cochinilla, algunos chiles bien picantes, hierbas de olor, un tarro de miel silvestre; una muñeca de trapo y un muñeco de barro pintado; fajas, cordones, cintas; collares de semillas, peines de hueso, espejitos...
Un turista, recién llegado a Guatemala, quiere comprarle todo.
Como ella no entiende, le dice con las manos: todo. Ella niega con la cabeza. Él insiste: tú me dices cuánto pides, yo te digo cuánto pago. Y repite: te compro todo. Habla cada vez más fuerte. Grita. Ella, estatua sentada, calla.
El turista, harto, se va. Piensa: Este país nunca va a llegar a nada.
Ella lo mira alejarse: Piensa: Mis cosas no quieren irse contigo.
Tomado del libro «Bocas del tiempo».