Un fin de semana de 253 años

Punto de vida

Foto de Cole Stivers.

Por Addy Góngora Basterra

I

Es el 17 de mayo de 2157. Margie (11 años) y Tommy (13 años) son amigos. Él le cuenta que encontró en el ático de su casa un libro —un libro de verdad, de papel, con palabras de imprenta, muy distinto a los telelibros del siglo XXII a los que están habituados— sobre un tema muy extraño: la escuela. “¿De la escuela? ¿qué se puede escribir sobre la escuela? Odio la escuela”, increpa Margie. “Porque no es una escuela como la nuestra, tontuela. Es una escuela como la de hace cientos de años”, responde Tommy, altivo. “De cualquier modo, tenían maestro”, continúa Margie. “Claro que tenían maestro, pero no era un maestro normal. Era un hombre”, añade él. “¿Un hombre? ¿Cómo puede un hombre ser maestro?”.

Lo anterior sucede en “Cuánto se divertían”, cuento del escritor Isaac Asimov (1920-1992), publicado en diciembre de 1951 en un periódico infantil. En el relato, vemos el fastidio de Margie, a quien no le queda más remedio que entrar a la habitación contigua a su dormitorio, donde el Maestro Automático se encuentra ya encendido y esperando. La niña suspira y piensa en las escuelas de siglos anteriores, “asistían todos los chicos del vecindario, se reían y gritaban en el patio, se sentaban juntos en el aula, regresaban a casa juntos al final del día. Aprendían las mismas cosas, así que podían ayudarse a hacer los deberes y hablar de ellos. Y los maestros eran personas (...) Margie pensaba que los niños debían de adorar la escuela en los viejos tiempos. Pensaba en cuánto se divertían”.

Recordé la historia de Asimov por los tintes de ciencia ficción que ha tomado la realidad que estamos viviendo y por lo que he visto que se comparte en redes sociales de estudiantes —desde kínder a universidad— graduándose vía Zoom; la recordé también por la disrupción en rutinas de incontables familias al permanecer juntos, en casa, con sus respectivas actividades, dependientes de la tecnología; la recordé por la manera como herramientas digitales, softwares y plataformas se han posicionando como hábitos que llegaron para quedarse.

II

Es el 16 de junio de 1904. Stephen Dedalus está dando clase de Historia en una escuela de Dublín que se estima costosa, de exclusiva educación para varones. Hace una pregunta cuya respuesta, como suele ocurrir, el alumno aludido ignora; otro estudiante, que sí la sabe, interrumpe: “Yo lo sé. Pregúnteme a mí, señor”. Entre contestaciones equivocadas, burlas de los compañeros y pensamientos del maestro, va pasando la sesión hasta que otro de los alumnos pide: “Cuéntenos un cuento, señor”, al que se suma otro compañero: “¡Oh, cuente, señor! Un cuento de fantasmas”. A pesar de la tentadora interrupción, Stephen continúa la clase, le pide a un estudiante que lea en voz alta para los demás, pronunciando con descalabro los versos que sigue con los ojos. Hasta que se acerca la hora de terminar y, entonces sí, Stephen pregunta: “¿Quién puede resolver una adivinanza”? La respuesta es un gallinero alborotado de niños guardando libros, el clic clic de lápices chocando, rumor de correas al cerrar maletines por la hebilla. “Pregúnteme a mí, señor”, dice el primero, “¡Oh, a mí, señor”, dice el segundo, “Una difícil, señor”, ¡pide el tercero! En eso estaban cuando se oye: “Hooooockeeeeeeey”. El dueño de esa voz golpea con un bastón la puerta del salón de clase, provocando una estampida al corredor, “se dispersaron, deslizándose de sus bancos, saltando sobre ellos. Al instante habían desaparecido”.

Esta escena, que a muchos de nosotros nos resulta familiar, ocurre al inicio de la titánica y cifrada novela de James Joyce, “Ulises”, publicada en febrero de 1922. Está presente la esencia del ámbito escolar: niños aburridos buscando salirse del tema, la identidad que da un equipo deportivo, la socialización entre compañeros, el vínculo con la autoridad que representa el maestro, la exquisitez de lo lúdico.

III

Es el 19 de julio de 2020 y las escuelas se encuentran en un punto de no retorno. La forma de educar, adquirir conocimientos y socializar cambiarán naturalmente: los acontecimientos que vivimos son oleaje impetuoso que empuja a una transformación. De la noche a la mañana, pasamos de 1904 a 2157. Nos saltamos 253 años de literatura en un fin de semana. ¿Qué alianzas y acuerdos debemos establecer para eficientizar, actualizar e innovar un sistema educativo que proponga nuevos paradigmas, acorde a los retos que ahora tenemos?

Si bien la solución inmediata apunta a un homeschooling improvisado y prolongando, es momento de renovar programas, bloques de horarios, involucrar habilidades blandas, creativas, privilegiar la alfabetización digital. Margie y Stephen son el espejo ante el cual mirarnos para reconocer que somos parte de la Historia que está teniendo una revolución en la forma de vivir. Para el paisaje laboral que se vislumbra con la Industria 4.0 son insuficientes y obsoletas las enseñanzas actuales. Se abrirán nuevas oportunidades para quien adapte y adopte saberes necesarios para desempeñar empleos que no imaginamos en el presente.

La pandemia del 2020 y la Industria 4.0 nos empujan a redefinir la educación y el trabajo. Para nuevos retos, necesitamos nueva visión y nuevas alianzas: el futuro tiene prisa.

Publicado en el Diario de Yucatán.