Foto de Thanos Pal. |
Por Addy Góngora Basterra.
Pensémoslo así: nuestras vidas tendrán un antes y un después del dos mil veinte. A nivel global ni las ciudades ni los trabajos ni las relaciones volverán a ser lo que eran cuando la pandemia haya pasado. Porque pasará. Esto también pasará, dijo el sabio. Lo que estamos viviendo aparecerá en la línea del tiempo como tantas enfermedades que han azotado a la humanidad.
Hace quince años, justo por estos días de abril, me inicié en el aprendizaje de estar sola conmigo. Porque no es un don, es una fortaleza que se autoconstruye. Tenía 23 años, algunos días de haberlos cumplido y la ilusión de vivir en Argentina un tiempito mientras estudiaba una maestría en literatura. En Buenos Aires entendí lo que el poeta y cineasta ruso Andrei Tarkovsky mencionó en uno de sus discursos: «Cada persona necesita aprender desde la infancia cómo pasar tiempo con uno mismo». Experimenté algo parecido a esa «infancia», pasando mucho tiempo conmigo misma, very alone by myself on my own.
Hoy estoy en México con 38 años en el silencio de mi habitación, usando el tocador a modo de escritorio. Si levanto la mirada del cuaderno, me encuentro conmigo, duplicada en el espejo. Si bajo la mirada del espejo, me encuentro conmigo, duplicada en el cuaderno. Escribir es encontrarse, una ventana para mirarnos.
Fue así como escribiendo el otro día, pensé que este sacudón global es un colador que nos deja lo imprescindible. Del aislamiento social, ¿qué se rescata? La libertad de nuestra mente, tal vez, como también darnos cuenta que necesitamos muy poco, casi nada, de los bombardeos consumistas que nos caen por todos lados. En esa libertad de la mente y en lo que en abril del 2005 empecé a disfrutar — saber que cuento conmigo— algo ha sucedido en este mismo espacio donde escribo.
Vivo en un departamento que está en un tercer piso. En mi habitación, junto a la ventana, tengo un sillón de mimbre con almohadones azul rey donde me gusta sentarme en momentos aleatorios del día. No es una ventana muy grande y lo que veo no es ningún paisaje idílico; a decir verdad, es poco grato. Techos, domos y tinacos que se alegran por la copa inmensa de un mango, varias palmeras y otros árboles que adornan el vecindario. Veo maleza crecida en la planta baja, la pared descolorida de mi edificio, un terreno excavado y casi listo para la construcción de una torre de departamentos (pesadilla.com) y el terreno de un vecino que usa su espacio baldío para toda clase de objetos que desecha de su casa: puertas, blocks, piezas de baño, ladrillos, escombros, cubetas, láminas, mosquiteros.
Amo mi ventana, es de los lugares favoritos de mi departamento, porque lo que veo cuando estoy sentada ahí son los paisajes que tengo adentro. Paso largos momentos, a cualquier hora, viendo hacia afuera y paseando en mi interior, compartiendo con personas que me acompañan sin estar conmigo, me deleito saboreando algún hallazgo en internet y revisitando lugares donde disfruto estar, ya sea el último nivel de las gradas del estadio o dos asientos libres en la barra de un bar.
Como la gran mayoría de ustedes en estas semanas, siento angustia por las noches, me preocupa la gente que quiero, me siento responsable por cuidarme para cuidar a otros y, entre subidas y bajadas, preocupaciones por el presente e ilusiones por el futuro, disfruto pasar tiempo conmigo, plena, tranquila y sin pesar. Aunque hace semanas que no veo ni abrazo a mis amores, sin importar lo que esté tras la ventana sé que estaré bien porque mi paisaje interno es un lugar seguro para estar. Si algo en estos días puede valorarse es la salud mental que nos permite el gozo de pastorear por paisajes vastos de conversaciones previas, gente querida, lecturas, obras de arte y viajes; estoy sin salir de este tercer piso, sí, pero en total bienestar, pues en estos 38 años he invertido tiempo y dinero en creatividad, cultura e imaginación; hoy podemos reconocer el valor de ser terratenientes de hectáreas mentales que nos acompañen, fascinen y llenen de libertad. ¡Qué gran riqueza para estos tiempos!
Por eso, hace unos días cuando una amiga me pidió por WhatsApp que si encuentro el camino del bienestar, se lo dijera, no tardé mucho en hacerlo. La respuesta la tengo desde mi segunda infancia: «aprende a estar contigo misma». Ese es el camino, añadí. Todos tenemos ventanas… ¿pero tenemos el valor de vernos a través de ellas y estar en paz con nuestros paisajes internos? Qué gran desafío, porque nadie nos lo enseña. El mundo exterior importa, somos animalitos sociales, pero también importa y es necesario conocer lo que tenemos dentro, porque de ahí brota lo que somos.
La situación actual nos está dando el tiempo de poner en práctica lo que Tarkovsky consideró vital aprender en la niñez. No es casualidad que esa oportunidad nos caiga en esta era increíble por sus innovaciones tecnológicas, hiperconectada con lo inimaginable y cuya industria 4.0 se acelerará más que nunca… un siglo en el que, con todas sus bondades, nos es difícil pasar tiempo con nosotros mismos, en nuestras propias casas. ¿En qué hemos convertido el célebre Home sweet home más allá de un espacio íntimo para ver Netflix durante horas? ¿qué significado le damos al anhelo de Dorothy en el «Mago de Oz»? There´s no place like home, repetía con los ojos cerrados, chocando los talones con sus icónicos zapatos rojos.
There´s no place like home.
Por eso nuestras vidas tendrán un antes y un después del dos mil veinte. Por lo que cada quien enfrente al atreverse a mirar por sus ventanas, cuando el colador de la introspección ponga en evidencia lo valioso.