George Steiner, 2005. © Peter Marlow/Magnum Photos |
Fragmento de «La idea de Europa".
George Steiner (1929). Teórico francés.
Algunos elementos integrantes del pensamiento y la sensibilidad europeos son, en el sentido originario de la palabra, «pedestres». Su cadencia y su secuencia son las del caminante. En la filosofía y en la retórica griegas, los peripatéticos son, literalmente, los que viajan a pie de una polis a otra, aquellos cuyas enseñanzas son itinerantes. En la métrica y en las convenciones poéticas de Occidente, el «pie», el «compás», el enjambement [encabalgamiento] de versos o estrofas nos recuerda la estrecha intimidad que existe entre el cuerpo humano recorriendo la tierra y las artes de la imaginería. Buena parte de la teorización más incisiva es generada por el acto de caminar. El cotidiano Fussgang [paseo a pie] de Kant, su ruta, cronométricamente exacta, a través de Königsberg, llegó a ser legendario. Las meditaciones, los ritmos perceptivos de Rousseau son los del promeneur. Los largos paseos de Kierkegaard por Copenhague y sus suburbios resultaron ser un espectáculo público y objeto de caricatura. Pero son estos paseos, con sus desviaciones, sus repentinos cambios de rumbo y paso, lo que se refleja en las síncopas de su prosa. La de Charles Péguy es probablemente la más pulsante, la que más se ajusta a un redoble de tambor de literatura moderna. Las frases avanzan inexorables; sus conclusiones son remachadas a fondo por los taconazos de estos pesados zapatos y estas botas de infantería, emblemáticas de la visión de Péguy. De ahí el incomparable «himno de marcha» de su peregrinación a Chartres y de la oda que la celebra.
En una era americana, que es la del automóvil y el avión a reacción, apenas podemos imaginar las distancias que los maestros europeos recorrían y utilizaban para finalidades intelectuales y poéticas. Hölderlin va a pie desde Westfalia a Burdeos, ida y vuelta. El joven Wordsworth camina desde Calais hasta el Oberland de Berna, ida y vuelta. Coleridge, un individuo corpulento y con diversos achaques físicos, cubre de manera habitual entre treinta y cinco y cincuenta kilómetros per diem por terreno peligroso, montañoso, componiendo a un tiempo poesía o intrincados argumentos teológicos. y pensemos en el papel del wanderer [caminante] en algunos de los más grandes de nuestra música: en las fantasías y canciones de Schubert, en Mahler. Una vez más, la enigmática profecía de Benjamin acude a neustro recuerdo: en toda la alegoría y la leyenda europea, el mendigo que llama a la puerta, el mendigo que acaso sea un enviado de los dioses o un agente demoniaco disfrazado, viene andando.
La historia europea ha sido una historia de largas marchas.
Wanderlust, palabra alemana. Es el deseo o impulso por viajar y explorar el mundo. |