Sargón, rey de Acad en la antigua Mesopotamia, tuvo una hija a la que llamó Enheduanna, quien escribió himnos, crónicas y poesía que además de estar plasmada en tablillas de arcilla —los sumerios habían inventado la escritura cuneiforme— estaba destinada a cantarse. Enheduanna es de los primeros nombres de mujer de los que se tienen registro y la primera persona escritora de la Historia. He pensado en ella las últimas horas recordando que en el origen de la lírica, estuvo la música. Por eso responder preguntas como ¿se merece Bob Dylan el Nobel de Literatura? ¿por qué se lo dan ahora y no se lo dieron antes? ¿cuáles son los criterios? van más allá de lo que quien esto escribe pueda argumentar y opinar. ¿Quién soy yo para decir si se lo merece o no?
Amo las canciones. Y si por algo me gustan, es por las letras, por lo que dicen acompañadas de buena música. Concha Buika y Joan Manuel Serrat son tan poetas como Ángel González y Cristina Peri Rossi. Me sé las letras de canciones de Adriana Calcanhotto, Chico Buarque, Angélica Balado y Armando Manzanero como ya quisiera saberme de memoria la poesía de Carilda Oliver Labra, José Luis Peixoto, Carmen Villoro y Luis García Montero por más que las leo y releo. ¿La memoria de cuántos de nosotros está entretejida con letras de canciones?
Hace unos años escribí un poema que me exigió algo diferente. Nunca había sentido ese impulso. Así que abracé mi guitarra y todavía no sé ni como esas palabras que estaban en tinta azul en una hoja en blanco, se volvieron música. Quizá fue el mismo impulso que en otro tiempo sintieron Enheduanna, los juglares medievales, Chabuca Granda y actualmente Natalia Lafourcade. Las canciones, a diferencia de la poesía, se comparten como en pocas ocasiones ocurre con los versos, a no ser por genios como Serrat que ha puesto a generaciones a cantar a Machado, “yo amo los mundos sutiles, ingrávidos y gentiles, como pompas de jabón”… ¿cómo decirlo ahora sin cantarlo? Los poemas musicalizados son modo eficiente de echar a rodar de boca en boca la poesía: Federico García Lorca, Pablo Neruda y Jaime Sabines son ejemplo de ello. Las voces de Ana Belén, Pedro Guerra, Malena Durán y David Haro nos dan una manera diferente de apreciar la poesía, como también lo hizo Eugenia León con “Fuensanta” de Ramón López Velarde, o el trovador cubano Frank Delgado con exquisitas musicalizaciones de poemas de Renael González Batista. Incluso, el poeta argentino Oliverio Girondo hizo una versión discográfica de “En la Masmédula”, libro publicado en Buenos Aires en 1954. ¿Por qué lo hizo? Porque estaba convencido de que la poesía era también para escucharse, no solamente para leerse, rompiendo así con lo convencional.
Nos sorprende la noticia de Dylan porque quiebra el esquema al que estamos habituados, tal como está sucediendo en todos los ámbitos de la vida. Vivimos la era del desconcierto. Un Presidente propone que se firme la Paz y se vota para que no se apruebe. Que si el Brexit, que si Trump, que si marchas contra el amor, que si la corrupción, que le den a #BobDylan el #NobelPrize… #OhSurprise. El nombramiento de Dylan ha provocado disrupción, porque si bien hay muchos felices, a unos les hizo pensar que era una broma y a otros nos hizo perder el equilibrio y releer la noticia… “¿Es en serio”?, pensamos, porque el resultado ha sido un quiebre inesperado. ¿Cuántas veces las decisiones de otros nos dejan con el ojo cuadrado? La Academia Sueca, prestigiosa y seria, longeva y fidedigna, ha roto sus paradigmas para premiar a un juglar posmoderno. ¿Cual hubiera sido mi reacción si el Nobel se lo hubieran dado a Chico Buarque o Joaquín Sabina? Ambos, para mí, son tremendos poetas y ahora candidatos al Nobel de Literatura, cómo no. Les tengo amor del bueno, forman parte de mi vida cotidiana. Y no solamente eso: saben de literatura. Escriben en serio. ¿Qué sé de Bob Dylan? Nada. Lo único que recuerdo es una escena de la película “Dangerous minds” en la que Michelle Pfeiffer le enseña poesía a sus alumnos con la canción “ Hey, Mr. Tambourine Man, play a song for me”. No se me ha ocurrido escuchar sus canciones ni tampoco leer sus letras, quizá porque pertenezco a la generación de otros compositores que han marcado mi vida como Bob Dylan marcó la vida de algunas amigas. Ayer una de ellas me dijo por WhatsApp: “Este hombre canta desde mi preadolescencia… lo bailé, lo suspiré y me enamoré, quizá es testigo de mi primer beso, uf… buscaré sus letras, seguro me dará nostalgia y viviré su ritmo”.
En el 2014, cuando supe que el escritor francés Patrick Modiano había ganado el Premio Nobel —me era un total desconocido— publiqué un artículo en el que escribí: “Qué bien. Algo nuevo el día de hoy por conocer”. En ese texto también me preguntaba lo mismo que ahora, para qué sirve un Premio Nobel de Literatura y lo que ocurre en el común de los mortales cuando ese nombre se anuncia. No había leído a Patrick Modiano como tampoco había leído a Svetlana Aleksiévich, Alice Munro, Mo Yan, y para qué hacer la lista larga si al único que conocía de diez años para acá es a Mario Vargas Llosa. Aunque la polémica de Dylan está en el ambiente, la distinción que hace la academia sueca nos dice lo que ya sabemos: hay canciones que son poesía. Y eso, en estos tiempos, es un bien, algo digno de llevarse en la memoria.
Publicado en el Diario de Yucatán.