Por Karla Barajas Ramos.
[Relato finalista del Concurso “Quitarse esa cosquilla molesta del estómago: cuéntanos tu cuento favorito de Julio Cortázar”, como parte de la 2ª Serie de Conversatorios sobre Literatura, organizado por el Proyecto Utopía de Yucatán A.C. y Foro Amaro].
Soy una
cronopia, amo “Discurso de un oso”, “Carta a una señorita en París”, “Las manos que crecen”. Desde su lectura, vigilo coladeras y la llave
de agua en el baño para ver si se asomaba un oso, y mi garganta para verificar
que no nazcan conejitos cuando tengo náuseas.
Con “Final del
Juego” y “Lejana” me inundó la ternura por sus personajes, la tristeza. Un
suspiro al evocar la historia de manera inconsciente mientras comía o caminaba.
Me apropié del texto, me solidaricé con los personajes, con las mujeres en
ellos. Entre ambos cuentos, “Lejana” es
mi favorito.
Un buen cuento narra dos historias, dos tramas distintas. Al
finalizar la lectura de éste no me sentí engañada, desde el título orgánico
sabía el final, no lo veía gracias a la alternancia de discursos, al entorno, a
los espacios físicos que sirvieron como distractores en mi primera lectura.
Como la narradora, quien escribe su vida en un diario, me
encontraba releyendo, buscando claves: nombres, fechas, con angustia, casi sintiendo la humedad en
mis pies, el frío la agonía. Como si yo pudiese salvar a la protagonista con
entender al cuento y decirle que ese cuerpo era suyo, que no gritara, que no se
rindiera, que siguiera escribiendo páginas en el diario, sin importar si estaba
soltera o casada.
El personaje central se me presentó a través de un retrato
interno completo. Desde el inicio me revela con un anagrama que Alina
Reyes, la reina, mujer con una vida
social, pero no la dueña; es Lejana, una mendiga de Budapest. Una mendiga a la
que le pegan y la ultrajan día y día, camina por un puente frío con nieve que
rezuma. La harapienta mujer de pelo negro
y lacio esperaba con algo fijo y ávido en la cara. Llegué a quererla por su
dolor, por fugarse de su realidad.
Alina Reyes, como la lejana, la no reina en el anagrama es,
o podría ser, una pupila de mala casa en Jujuy o sirvienta en Quetzaltenango;
en cualquier lado lejos y no reina, pero dueña del cuerpo y del nombre. Y la
reina, la que habita la mente de esta persona quien narra Alina Reyes, la
reina, con una vida social, pero no la dueña, a la que golpea la soledad, en un
principio.
La narración comienza el 12 de enero con Alina Reyes, una
mujer amada, con vida social, culta, que en continuas fechas piensa en una
joven que en Budapest es golpeada quizá por una madre furiosa, la soledad o un
hombre. El 20 de enero mientras sirve a la señora Regules y al chico Rivas,
Alina Reyes dice: “ahora estoy cruzando
un puente helado, ahora la nieve me entra por los zapatos rotos. La siento
más dueña de su infortunio, lejos y sola, pero dueña y con odio.
El 25 de enero nos revela: Y si Alina Reyes está loca. El 6 de abril, a través de un puente
que es el mediador, me retrata de manera
física al personaje en dos dimensiones: a través de un narrador impersonal que
es precisamente el puente, la unión y separación de ambas.
Entonces me doy
cuenta que el tiempo fue un distractor, la historia en realidad se desarrolló
en la agonía de esa pobre mujer que creyó ayudarse inventándose otra versión de
sí misma, en ese monólogo interior de Lejana: Yo aguanto desde aquí y creo que con eso la ayudo un poco.
Alina
Reyes tiene un nombre, un diario, mientras Lejana es sólo un nombre alegórico,
lo importante es que Alina Reyes no es la reina del anagrama, sino la chica a
la que quiero salvar.
La mediación es importante porque el personaje no nos puede
decir todas las cosas. El puente no sólo es un lugar, sino un puente en el
discurso que atraviesa la primera persona para convertirse en un narrador
omnisciente. La clave para definir el punto de vista está en el puente. Siempre
el puente, la transición.
“Lejana” me detuvo a pensar cómo fue construida esta
historia, ¿por qué me rondaba en la cabeza? El metalenguaje que utiliza Julio
Cortázar en este cuento me atormentó,
quien narraba la historia era Alina Reyes, la querida o a la que
golpean. ¿Qué historia prevalecería? ¿Sería una mujer que se inventó a una
chica agonizante en Budapest? ¿O una mujer congelándose en medio del puente?
Finalmente, sumergida en el tiempo de la historia, ese 6 de
abril no fue la victoria de la reina sobre la adherencia maligna, vio que se había
separado. Y ahí, con ese grito, se quedó Alina Reyes, la lejana. Y yo triste,
pensando en la convención que formamos Julio Cortázar y yo lectora. En esa
convención íntima, poco a poco descubro la verdad temida:
“A veces sé que tiene frío, que sufre, que le pegan. Puedo solamente odiarla tanto, aborrecer las manos que la tiran al suelo, también a ella, a ella todavía más porque le pegan, porque soy yo y le pegan.
(Cortázar, Julio.2011: 48).
Cuando la fantasía de la mujer del puente se hace
insostenible y dice: Salí a buscar del
puente, salí en busca mía. Me desespero y pienso no vayas, allá te pegan, allá la nieve te entra
en los zapatos. Quizás la agonía sobre
el frío no pasará dentro de catorce años o quizás no serás una cifra en el
cementerio de Santa Úrsula.
Es ese tono, que aparentemente inicia con serenidad y pasa de
inmediato a la desesperación a lo largo
de la historia, el que me hace conmoverme, desesperarme; y a la vez es el tono
que mantiene la tención dentro del cuento, que llega hasta la desesperación, al
grito.
Al terminar mi lectura, no me importa la que otros tengan de
ese cuento, quería cambiar el final,
calentar los pies de la chica, volver a leer la historia y fusionarlas. A veces
la releo y pienso en Alina Reyes, lindísima en su sastre gris, como la única en
el puente. A veces releo la historia y agradezco a Julio Cortázar por habérmela
contado.
Cortázar, Julio. Cuentos
Completos/1.Punto de lectura. México, 2011.