Octavio Paz y Jorge Luis Borges. Foto: Paulina Lavista. |
Desde el D.F. esto le escribe Octavio Paz a su amigo español Pere Gimferrer en una carta fechada el 10 de julio de 1985:
"No sé si te conté que mientras estuve en Buenos Aires vi muchas veces a Borges. Hablar con él —o más bien: oírlo— es pasearse por los corredores de su memoria. Sus recuerdos son casi siempre librescos, incluso cuando habla de gente que trató, como Lugones, o de la que fue amigo, como Reyes. Pero esa literatura se vuelve vida en su conversación. Letras vividas. Oír el relato de una de sus lecturas es como oír el relato de una aventura o una expedición. Marie José le dijo a María Kodama, la amiga y guía de Borges, que nosotros nos hospedábamos siempre en un hotelito de Nueva York. Pues bien, hace unos días, de regreso de Oslo, estábamos en un saloncito del hotel con un amigo cuando se presentaron María y Borges. Naturalmente inscribimos nuestro encuentro en el espacio mágico de las afinidades y las correspondencias —Blake y Swedenborg. En el curso de la conversación Borges recitó, como es su costumbre cuando habla con mexicanos, unos versos de López Velarde: «Suave patria, vendedora de chía, / He de raptarte en la cuaresma opaca... » De pronto, me preguntó si la chía era una bebida popular. Asentí pero cometí la estupidez de decirle que no era un refresco únicamente mexicano. Mi respuesta lo sorprendió. Mi confusión se debe a que antes, en México, se vendían los refrescos de chía y de horchata en los mismos lugares, en enormes vasijas de vidrio. Como la horchata es valenciana, pensé que la chía también se bebía en España. En el avión de regreso a México, al recordar mi conversación con Borges, descubrí mi error y temblé".