La vida en claro


"Tidal Flats". Ted Kautzky (1896-1953), pintor húngaro.



Por Addy Góngora Basterra.
Publicado en el Diario de Yucatán.

Me cambió la vida en los últimos meses del 2015. Tomándolo de la mejor manera, me di tiempo y quietud para cosas tan simples y placenteras como beber café sin prisa por las mañanas oyendo música; tiempo para replantearme qué es lo que quiero hacer, cómo, por qué, con quién y para quién. En tardes y papeles he reestructurado lo que pretendo a corto plazo, porque el tiempo libre puede ser un potro sin domar que te avienta para todos lados si no sabes cómo aprovecharlo. A veces todo se pone de cabeza cuando nos enfermamos y nos vemos obligados a cambiar hábitos y horarios, cuando perdemos a alguien o cuando dejamos un lugar y responsabilidades de trabajo.

Por eso quise darme un obsequio: me inscribí a clase de pintura con Sandra Nikolai. Una cosa es saber de pintores y corrientes artísticas y otra es trazar, crear, darse cuenta de lo puede brotar de uno mismo más allá de las palabras. Comprendo ahora esa fascinación de Rafael Alberti, Alejandra Pizarnik y Fernando del Paso por las formas y el color, porque la pintura es lenguaje que complementa exquisitamente la literatura.

Lo más importante que he aprendido en las clases de Sandra es a… ver. Poner atención en el entorno. Ver lo iluminado. Lo sombrío. La fusión. Dónde es línea, dónde no. Así como dicen que la música está hecha de silencios, la pintura está hecha de blancos. Ahora admiro más que nunca lo sencillo. A saber: la semana pasada partí un aguacate. Me llené de asombro como nunca antes al ver su color por fuera y la gama inimaginable de los tonos verdes de adentro, contrastando hermosamente con la semilla. He visto atardeceres que imagino hechos con pinceles, popurrí de bugambilias dignas de acuarela desbordándose en cascada, un rostro amado bajo el ámbar de un farol en Prolongación Montejo, ojos que quisiera eternizar en un retrato para siempre mirarlos.

Fue Sandra quien me introdujo a la obra de Ted Kautzky (1896-1953), pintor húngaro. Estudió arquitectura en Budapest y a los 27 años se mudó a Nueva York. Ahí se dio a conocer y empezó a enseñar arte. Estoy fascinada con él porque en sus acuarelas he aprendido que los espacios claros son lo que le dan valor a sus obras. Si algo es prácticamente imposible en la acuarela, es rescatar el blanco que ha sido cubierto por otro color en la superficie del papel, por lo que debe procurarse el espacio claro desde que se empieza la obra para así darle al paisaje o a los retratos acentos de luz y realidad. En la casa rodeada de árboles en rama durante el invierno, alguien contemplando la caída del agua en una cascada o un barco encallado en surcos provocados por marismas, encuentro metáforas sobre saber dejar espacios no solamente en el lienzo, también en la vida real, el tiempo por domar para darle lindeza y provecho a cada día. Sandra y Kautzky me han mostrado que en la acuarela el claro no es ausencia, es maestría, y que los blancos son espacios de prodigio y protagonismo.

Una de las formas de la felicidad es darse claros para hacer lo que uno quiere con quien uno quiere, islas de belleza en los horarios. La vida en claro es uno de los privilegios que me han dado los últimos meses y que la vorágine del trabajo me había hecho olvidar, porque así como en la acuarela hay que vislumbrar, cuidar y procurar esos espacios, así también en el calendario.

De lo mejor que una persona puede hacer por otra es generarle aprecio por la vida. Eso es lo que Sandra Nikolai hace —y me atrevo al plural— por quienes acudimos a su taller, oasis creativo para el trajín cotidiano de tantas personas, bálsamo sobre caballetes, oportunidad para explorar talento que surge de pinceles. La singularidad del arte, ese bellísimo invento de la humanidad que acompaña y ennoblece nuestro paso por el mundo, es que nos da diferentes perspectivas para saborear detalles y deleitar nuestra condición de seres efímeros ante la inmortalidad de los siglos.