José Pablo Moncayo, (1912-1958). Compositor mexicano. |
Por Addy Góngora Basterra.
I
Redobla el timbal. El fagot se estira en una nota laaaaaarga. El güiro sacude la quietud rascando el sonido. Se unen violines. Respira el corno. Parte plaza la trompeta con sordina. El arpa todo lo acentúa, engalana y embellece con la fina y perfecta llovizna de sus cuerdas. Es el 15 de agosto de 1941. Es viernes. Es México sonando. Es el Palacio de Bellas Artes cobijando el estreno mundial de la composición inspirada en sones jarochos de José Pablo Moncayo. Es Carlos Chávez dirigiendo la Orquesta Sinfónica Nacional. Es la piel erizada. Es el “Huapango” derrochando sonidos que a tantas generaciones ha provocado orgullo nacional.
II
Siempre he querido preguntarle a alguno de mis amigos músicos si al interpretar el “Huapango” tienen alguna emoción especial como la que sentimos varios de los que estamos en las butacas del teatro. “Mozart me limpia por dentro”, me contó una tarde Samuel Rafinesque —músico francés integrante de la Orquesta Sinfónica de Yucatán—, tras uno de los ensayos de “Las bodas de Fígaro”. Como si la partitura, al traducirse en sonidos con el aire que exhala para hacer sonar su instrumento —Corno Francés— le purificara el interior… como si ese aire que empuja desde adentro, aire que es música, aire que es la imaginación de Mozart… pulmones, cuerpo y vibración de labios, fueran un bálsamo o comunión. ¿Le pasará lo mismo con la música de Moncayo? ¿Qué sentirán Alondra de la Parra y Juan Carlos Lomónaco mientras dirigen el “Huapango”? ¿Y el trompetista que inunda los espacios de emoción con la sordina? ¿Y el arpista que mece esa cortina de cuerdas que nos estremece el alma y la patria cuando suena?
III
Hará un mes y medio que recibí en mi oficina un regalo inesperado: el disco “Misterios gozosos” de la intérprete oaxaqueña Susana Harp. Fue como si me enviaran un ramo de flores, pero mejor, porque la música no se marchita. Lo diferente en la sorpresa fue también que venía con una instrucción: “Escucha primero el track 14”. Fui obediente y así lo hice a bordo de mi automóvil. Conduje y conduje siguiendo de largo el lugar de mi destino porque no quería dejar de escuchar el track. En este disco que reúne música emblemática de México y Latinoamérica, Susana Harp incluyó el “Huapango” de Moncayo con los siete sones ¡cantados! que —según la investigación que la intérprete realizó con la asesoría del etnomusicólogo Rubén Luengas y el antropólogo Antonio García de León— sirvieron de inspiración para la fina hechura de esta pieza. Se sabe que al final de la década de los treinta Carlos Chávez envió a José Pablo Moncayo —como también a Blas Galindo y Silvestre Revueltas— a regiones de Veracruz y Oaxaca a que pararan las orejas y escucharan sonidos, ritmos y folclor en su más pura y fidedigna expresión. Desde siempre se han reconocido tres sones jarochos como inspiración para el “Huapango” —“El Siquisiri”, “El Balajú” y “El Gavilancito”— pero músicos tradicionales y soneros mayores identifican también otros sones como “El conejo”, “El jarabe loco” y “María Chuchena”, los cuales están cuidadosamente insertados en el arreglo exquisito que se escucha en “Misterios gozosos” luciendo arpa y jarana como lo que son: el alma del Huapango.
Pero no fue la versión cantada lo que estuve escuchando al volante, sino entrevistas hechas a personas que conocieron a Moncayo. El track 14 se llama “Historias de Huapango” y es la voz del poeta y decimero oaxaqueño José Samuel Aguilera Vázquez narrando entrevistas que dan cuenta de las andanzas de José Pablo en Sotavento. Iba yo manejando con el sol y la sonrisa a todo lo que dan, fascinada, saboreando las historias de esa gente, una joya para la historia musical. Debería escucharlo todo aquel a quien se le haya enchinado el cuero oyendo la patria musical que es el Huapango y que retiemble en sus centros la tierra con esa pieza que tanto emociona y que varios consideramos un alegre y benigno Himno Nacional Mexicano, aquel al que le llovieron los aplausos en Bellas Artes, setenta y cuatro años atrás.