De Rubén Bonifaz Nuño (1923-2013).
Poeta Veracruzano.
Como ya nada puedo
imaginar por mí —claro, entre luces
estoy viviendo, y el amor me agobia,
me emborracha, me enferma—,
quiero decir tan solamente
lo que me has enseñado, los secretos
que en mí vas alumbrando,
las pequeñas verdades que levantas
sobre mi viejo tiempo de ceniza.
Por ejemplo, de golpe me enseñaste
que hay muchas cosas mías en el mundo:
que soy rico. Que tengo en todas partes
lugares que, por ti, me pertenecen:
lugares, fechas, luces, que he tomado
sencillamente, porque en ellos
he pasado contigo,
y en ellos te has quedado para siempre.
Nunca pensé que hubiera tanta parte
de mi ternura en cosas, en momentos
que están y pasan cerca, a todas horas.
Hoy, por ti, me conmueven
las canciones de amor de un limosnero
que canta en el camión al que he subido,
y son tesoros míos incomparables
un cabello robado, un recordado
perfume, unas palabras, un pañuelo
con pintura de labios.
Me has enseñado que soy joven;
que puedo, sin temor, verte a los ojos
o besarte delante de las gentes.
Me tengo que reír con toda el alma
cuando recuerdo mi tristeza.
Hoy lo sé: soy alegre.
Me contentan el ruido y el silencio,
las noches me contentan y los días,
la voz, el cuerpo, el alma, me contentan.
Cuando me he despedido
de ti, después de un día de tenerte,
y camino de gusto por las calles,
ay, cómo compadezco
a los que tú no amas, que no saben.
Y me dan ganas de abrazarlos
a todos, de gritarles que la vida
es buena: que tú vives, que debemos
obligatoriamente ser felices.
O de echarme en el suelo, boca arriba
con los ojos cerrados,
y cuando alguno llegue a preguntarme
si algo me pasa, contestar: "Es sólo
que soy feliz porque la quiero."
Y tú, que tanto tiempo me ocultaste
lo que era yo, al sentirme
pensarás que soy bueno o que estoy loco,
y desde cerca o desde lejos
me mirarás compadecida,
y sonreirás tendiéndome la mano.
Tomado del libro “El manto y la corona” (1958).