Por Addy Góngora Basterra.
Publicado en el Diario de Yucatán.
Últimamente he recordado unas palabras que me soltó así no´más el novio de una compañera, poco más de quince años atrás: “Tus amigas dicen que eres un bicho raro”. Me acuerdo de la escena con sonrisa, porque no tomé a mal la frase que, a decir verdad, fue un piropo. “Pero así la queremos”, dijo mi amiga, tratando de remediar lo que consideró una metida de pata por parte de su galán.
Sigo siendo el bicho raro que empezaba a tomar forma en la prepa. Sólo que ahora tengo más vivencias, más lecturas, más música devorada; he tenido la oportunidad de viajar y entablar conversaciones con personas fascinantes. Tengo más kilometraje, pues. Soy un bicho raro feliz que procura rodearse y frecuentar a otros bichos raros que también son felices. Y entre la gran variedad de personas diferentes o excéntricas para la ciudad en la que vivo —donde lo considerado “normal” es todavía ley—, mis alumnos son de mis favoritos.
El semestre anterior le compartí a mis estudiantes de la Licenciatura en Artes Visuales de la UADY el comentario del entonces novio de mi amiga. Pregunté si alguna vez les habían dicho bichos raros y por qué consideraban que se los decían. Cada uno tuvo anécdotas en sus respuestas, de las que algunas fueron estas: “porque me gustan cosas que le gustan al otro género”, “por no seguir la línea de pensamiento que tienen ellos”, “por mis gustos no acordes a la edad, como leer libros de política”, “porque me quedaba dibujando cuando el maestro no llegaba a clase cuando todos preferían salir del salón”, “me han dicho bicho raro, fenómeno, edición limitada, peligro de extinción, todo esto porque sobresalía entre los grises, yo resaltaba entre ellos por estar fuera de lo común y de la monotonía de mis compañeros”, “porque me gusta el arte”, “iba a una academia de ballet por gusto, por pasión, porque verdaderamente me gustaba, mientras las demás iban porque sus mamás las dejaban ahí para irse a tomar un café”, “porque no me quiero casar ni tener hijos”, “la gente es conservadora, no están acostumbrados a los tatuajes”, “porque dicen que pierdo el tiempo pintando”, “la mayoría de las veces me lo dicen porque estoy en un grupo de la iglesia, católico, se les hace raro que defienda mi fe”, “porque prefería leer novelas a ver Rebelde”, “prefiero jugar Nintendo a reunirme a pintarnos las uñas”, “por que estoy metido en la música y abarco varios ámbitos, como música experimental o ambiental, no pueden creer que me guste esa música”, “porque me gusta el ánime, los cómics, mangas y la música asiática”, “porque tengo más amigos varones que mujeres”, “porque tuve muchos problemas para hablar en la primaria, empecé a hablar en segundo grado, no sabía decir mi nombre, todos se burlaban de mí”, “en la primaria me gustaban los libros de arte y quería hablar de eso con mis amigos”, “por lo que he decidido hacer con mi cuerpo: perforarme la nariz, raparme un lado de la cabeza, fumar, uso ropa negra y se supone que las niñas no deben ser así”, “desde la primaria usé lentes, tenía estrabismo, usaba lentes con fondo de botella, saliendo de la primaria me operaron de la vista”, “me han dicho bicho raro por las cosas que me gustan, prefería quedarme en mi casa viendo documentales que salir”, “porque prefería levantarme a las 4 de la mañana para ir a entrenar que salir la noche anterior”, “por las palabras que uso al hablar”.
¿De qué hablamos cuando hablamos de un “bicho raro”, a quién le decimos así? Bichos raros fueron Einstein y Mandela, Marie Curie, Rosario Castellanos, José Martí. Seres que soñaron, desafiaron, crearon y concretaron. ¿Qué siento cuando mis alumnos me dan como una dádiva palabras con las que, varios de ellos, no han sabido qué hacer? Me conmuevo y reafirmo que son fuera de serie, personas necesarias para la sociedad; que sus padres y hermanos deberían estar orgullosos; que les admiro que hayan elegido estudiar —en este país, en este momento— una licenciatura en arte. Son jóvenes que aman lo que hacen y que le han apostado al futuro usando como escudo y arma un lápiz, barro, pinceles, arte digital, un mural. Y creo en ellos, creo en su talento.
Para este país cuyo gobierno cada día pierde credibilidad, para este país que siempre defiendo y presumo, para este país en el que ha nacido tanta gente sin la que la vida no sería igual, para este país exquisito añoro personas sensibles, ciertos bichos raros que con su forma de ver la vida ofrezcan una mirada positiva; anhelo una ciudad donde talento y creatividad estén presentes y no solamente intereses personales para favorecer a quienes poco aportan ni lo merecen. Para mi ciudad quisiera bichos raros con disciplina y buenos modales, educación sentimental y formación académica, personas capaces de admirarse y conmoverse por pequeños detalles, aplaudir por emoción, convicción y no por protocolo; personas que en sus discursos citen a autores que han leído sin equivocarse al nombrarlos.
Pero ya sabemos que artistas y poetas no gobiernan. Así que seguiré yendo, cada mañana, a mi salón de clase —pequeña trinchera— a conversar con mis bichos raros que madrugan para escuchar sobre historia y literatura, poesía y arquitectura, el amor a la vida y la política en Grecia, eso que para Aristóteles era el “Arte de comportarse en la ciudad”, y que hoy, en contados casos, encuentra sinónimo en la realidad.