Por Dora A. Ayora Talavera
Publicado en Quinientos25
Cuento cosas donde quiera que vaya, mientras manejo por ejemplo, puedo contar “volchos amarillos” o camionetas del mismo color. Nunca había notado cuánta gente tiene un coche como el mío, hasta que los conté.
Cuando viajo, es un entretenimiento muy interesante averiguar cuántas filas tiene el avión o el camión, y cuántos vagones un tren. Cuántas maletas son de la misma marca que la mía y cuántas hay del mismo color.
En los edificios es increíble el número de ventanas que podemos encontrar, cuántas están cerradas y cuántas abiertas, las que tienen cortinas, las luces encendidas o adornos pegados que puedes disfrutar.
Al ir a un congreso puedes maravillarte de cuántas nacionalidades podemos coincidir en un mismo evento, de cuántos continentes venimos y cuántos idiomas distintos hablamos, además de la cuenta común sobre cuántos hombres y mujeres somos.
Las largas esperas en las salas son motivo perfecto para contar focos, lámparas, tipos de sillas y número de personas que transitan por esos pasillos y espacios. También para contar el número de palabras, letras repetidas que están en folletos y anuncios publicitarios que se encuentra dentro de mi campo visual, valga reconocer que últimamente le he notado un poco disminuido.
He contado cuántos miembros tiene el coro, la orquesta y los espectadores que coincidimos para escuchar la Novena Sinfonía Coral de Beethoven, así como el número de bailarinas que hay en el Lago de los Cisnes y el número de personas que van con abrigo de color al teatro.
En clase, mientras los estudiantes trabajan, cuento cuántos de ellos usan pantalón, short o falda de mezclilla y cuántos de estos son de otro tipo de tela. Contabilizo cuántos llevan chancletas, tenis y zapatos formales. Si predomina algún color de blusa o playera, cuántos son estampados y de color liso.
Aunque disfruto contar cosas, los buenos modales me indican que nunca debo contar cuántos tacos se come alguien o cuántas cervezas se toma, ¡eso es de muy mal gusto!
He hecho cuentas muy tristes, de cuando dices adiós y sabes que ese adiós lleva incrustado el tiempo… un año, doce meses, 52 semanas, 365 días, 8760 horas, 525600 minutos, y que multiplicado por 3, 4 o 5 se vuelven tu existencia.
También cuento cosas de la vida. Ya llevo 17 años contabilizando cada 15 de abril, la primera vez que mi hija Ana se paró sola en su cama. Contabilizo los años de mis cirugías, de mi uña perdida, de la piedra de mi riñón, de la muerte de mi padre y el accidente de mi madre; del cobro de mi primer cheque y por supuesto, del aniversario de mi camioneta.
Hace poco más de tres años empecé mi propia cuenta, así, solo porque quise, desde el 4 diciembre de 2011 cuento los días. Cada mañana en mi libreta de notas pongo la fecha y el número de día que es, llevo contabilizados 1248 días, puedo decir que son de felicidad, pues están llenos de una conciencia especial sobre mi vida, de mi alegría y deseo de estar bien.
Contar cosas es totalmente inútil, pero me entretiene. Me asombra lo que descubro y me maravilla que siempre hay algo nuevo que contabilizar. Entonces contar es una manera de decir quién eres, a dónde has ido, qué has visto; los números y las cuentas se vuelven testigos de tu vida y es eso lo que convierte un hábito inútil en un registro de ti, y entonces contar con números se vuelve una manera de confesar, de narrar numéricamente, es un conteo nada inocente de quien eres.
Por mi parte quiero seguir contando, llenar libretas enteras de números para tener un registro cuantificado de lo que vivo, para relatarme en cifras y narrarme en dígitos.
@DoraAyora es Doctora en Filosofía, terapeuta y docente.