Esta mañana terminé de leer "La ridícula idea de no volver a verte", el último libro de Rosa Montero.
Leerlo ha potenciado mi amor por la vida y mi alegría por la gente que respira: «La ridícula idea de no volver a verte» es un tributo a Marie Curie, un tour por sus pasiones y su laboratorio, fascinándonos con la luminosidad del Radio y la mirada sabia de Pierre. Si bien en el libro está la tristeza de Marie tras la muerte de su cómplice y compañero, «La ridícula idea de no volver a verte» es también la propia Rosa Montero en carne viva tras la muerte de Pablo, su pareja, que enfermó y murió de cáncer.
Resumiendo: este es un libro que acompaña, consuela, anima, enseña y, sobre todo, nos ayuda a vivir.
He crecido tras leerlo, he sentido amor profundo por quienes quiero e incluso he reflexionado sobre cómo soy con las personas con las que trabajo y convivo, especialmente las palabras con las que me despido. También comprendo, como nunca antes lo había hecho, a quienes han perdido a alguien que han amado y he incluso llorado con la idea de perder a quienes son el eje de mi vida, mi compañía y mi alegría. Dicho de otra forma, he revalorado la presencia de personas. ¿No es magnífico lo que los libros pueden hacer por nosotros y por las personas que nos rodean?
Me despido de «La ridícula idea de no volver a verte» transcribiendo uno de mis párrafos favoritos:
Leerlo ha potenciado mi amor por la vida y mi alegría por la gente que respira: «La ridícula idea de no volver a verte» es un tributo a Marie Curie, un tour por sus pasiones y su laboratorio, fascinándonos con la luminosidad del Radio y la mirada sabia de Pierre. Si bien en el libro está la tristeza de Marie tras la muerte de su cómplice y compañero, «La ridícula idea de no volver a verte» es también la propia Rosa Montero en carne viva tras la muerte de Pablo, su pareja, que enfermó y murió de cáncer.
Resumiendo: este es un libro que acompaña, consuela, anima, enseña y, sobre todo, nos ayuda a vivir.
He crecido tras leerlo, he sentido amor profundo por quienes quiero e incluso he reflexionado sobre cómo soy con las personas con las que trabajo y convivo, especialmente las palabras con las que me despido. También comprendo, como nunca antes lo había hecho, a quienes han perdido a alguien que han amado y he incluso llorado con la idea de perder a quienes son el eje de mi vida, mi compañía y mi alegría. Dicho de otra forma, he revalorado la presencia de personas. ¿No es magnífico lo que los libros pueden hacer por nosotros y por las personas que nos rodean?
Me despido de «La ridícula idea de no volver a verte» transcribiendo uno de mis párrafos favoritos:
"Para vivir tenemos que narrarnos; somos un producto de nuestra imaginación. Nuestra memoria en realidad es un invento, un cuento que vamos reescribiendo cada día (lo que recuerdo hoy de mi infancia no es lo que recordaba hace veinte años); lo que quiere decir que nuestra identidad también es ficcional, puesto que se basa en la memoria. Y sin esa imaginación que completa y reconstruye nuestro pasado y que le otorga al caos de la vida una apariencia de sentido, la existencia sería enloquecedora e insoportable, puro ruido y furia. Por eso, cuando alguien fallece, como bien dice la doctora Heath, hay que escribir el final. El final de la vida de quien muere, pero además el final de nuestra vida en común. Contarnos lo que fuimos el uno para el otro, decirnos todas las palabras bellas necesarias, construir puentes sobre las fisuras, desbrozar el paisaje de maleza. Y hay que tallar ese relato redondo en la piedra sepulcral de nuestra memoria.
Marie no pudo hacerlo, claro está, y por eso escribió ese diario. Yo tampoco pude, y quizá por eso escribo este libro".